Es una lata el trabajar

En esta vida, vivir del cuento es un lujo al alcance de muy pocos. Y esos, ocupan escaños en el congreso de los diputados

30 de junio de 2025 a las 11:06h
Imagen para ilustrar la columna de Luis Rodríguez.
Imagen para ilustrar la columna de Luis Rodríguez.

A mis cuarenta y pico años, y tras un pormenorizado estudio antropológico, todavía no he sido capaz de encontrar a nadie que admita que trabajar es una placer o que acuda a su centro de trabajo con el rostro enmarcado en una sonrisa que abarque de oreja a oreja. Es más, quien ose contravenir esta afirmación, miente como un bellaco.

Otra cuestión distinta —y para nada baladí— es que el trabajo y aquello de la población activa, es un ejercicio más que necesario. Primero, para ganarse el líquido a percibir cada final de mes; y segundo, que nuestra productividad permita accionar la rueda del mercado económico, a la vez que contribuir con los condenados impuestos.

Más allá de esta objetividad consustancial, trabajar es un coñazo cualesquiera que sean las formas y fórmulas en las que uno se lo plantee.

Al hilo de esta realidad —que admite muy pocas dudas—, y en un ejercicio extenuante de empatía, paso a reseñarles la experiencia de Salva, un peculiar sintecho que alcanzó cotas de popularidad a raíz de su controvertida historia.

Nuestro protagonista, inconsciente de lo que se le venía encima, incendió a la opinión pública tras despertar una repentina ola de solidaridad (difícil hacerlo peor en menos tiempo).

Fernando, un empresario conmovido por el testimonio de Salva, quiso ofrecerle la oportunidad de cambiar de vida, alejarlo de la pernocta en la dura T4, dotándole de un puesto de trabajo como camarero en un hotel. La experiencia resultante no pudo ser más decepcionante: el joven sintecho declinó la propuesta tras sumar la friolera de tres días como empleado, en los que, los dos primeros, se incorporó tarde; y al tercero, directamente, optó por aparecer a mitad de la jornada.

La explicación no pudo ser más kafkiana: el trabajo era muy duro. Y he aquí la paradoja: ¿puede haber algo más duro que dar con tus propios huesos en la calle?

¿Qué le puede mover a una persona que subsiste en condiciones tan extremas a rechazar una oportunidad irrepetible de reconducir su vida?

Añado, ¿es probable que esta conducta logre que el futuro samaritano de turno rechace volver a ayudar?

La guinda del pastel la puso el propio Salva que, zarandeado en una vorágine de opiniones de lo más crítica, quiso resarcirse en una conocida red social para ofrecer su particular visión de los hechos, a la par que mostrar su nueva condición como “creador de contenido”.

Es muy probable que Salva —y otros Salvas desconozcan el sacrificio que implica ser creador de contenido a efectos profesionales. Serlo, o al menos parecerlo, requiere de dedicación, planificación, creatividad y de ciertas habilidades comunicativas. En definitiva: un rendimiento del trabajo que nadie te va a regalar.

Mirándolo con perspectiva, la simple anécdota deja una moraleja que tiene más de enseñanza que de otra cosa: en esta vida, vivir del cuento es un lujo al alcance de muy pocos. Y esos, ocupan escaños en el congreso de los diputados. Para todo lo demás, a currar.

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