simeencuentrounperroabandonado.jpg
simeencuentrounperroabandonado.jpg

Hace unos días, te toqué. No sabía que te acercarías a mí, no sabía ni que existías. No tardaste en aproximarte y no me costó comprenderlo, ni desearlo. 

Hace unos días, te toqué. No sabía que te acercarías a mí, no sabía ni que existías. No tardaste en aproximarte y no me costó comprenderlo, ni desearlo. Puede que esos faros te deslumbraran pero no te apartaste. Te quedaste ahí, junto a la puerta, como si fueras un vástago malquerido o un diligente repartidor. Te quedaste ahí y me miraste. Me miraste. Yo dejé el coche y quise saber de ti, conocer bien tus ojos, tu olor y tu tacto. Tu mirada era serena e inconstante, me percaté de que las cataratas habían llegado a tus cristalinos. Como al contar los anillos del tronco de un árbol, esa niebla en tus retinas me ayudó a saber que ya no eras joven. Eran las 2:45 de la madrugada de un sábado.

Solo en 2014, más de 140.000 perros y gatos fueron abandonados en España. Ya sea por falta de dinero, por camadas indeseadas, por el comportamiento del can o el felino en cuestión, o por la pérdida de interés en él —nótese aquí una indignación nada contenida que espero traspase la pantalla—, en nuestras calles las protectoras españolas recogen un animal cada cinco minutos. Escalofriantes cifras que no pueden sino sonrojar a todo aquel con un mínimo de conciencia. En palabras de Hipócrates —y permítame el lector que las tome prestadas—, el alma es la misma en todas las criaturas vivientes, aunque el cuerpo de cada una es diferente. No sabía entonces el padre de la medicina que habitó el siglo de Pericles que unos 2.500 años más tarde, su sentencia iba a cimentar toda una cruzada ecológica. Posiblemente, solo sabía que lo que decía era razonable.

Contemplando tu temblorosa y húmeda naricilla, rozando tu pelaje canela, atisbando el temor en tus ojos, no alcanzaba a entender quién pudo ser. No podía sino permanecer junto a ti, calmar tu sed, comprobar si tenías frío, aplacar tu miedo. O procurarlo. Deseaba llevarte conmigo, me mataba no poder hacerlo. Así permanecimos juntas casi una hora, mientras la madrugada se hacía más y más intensa, tu inquietud mermaba y mi cariño crecía. Parecíamos viejas conocidas, en aquel portal habíamos cruzado caminos y compartido ya hasta confidencias. Todo comenzó allá por las 2:45 de un sábado. Un sábado de octubre.

Esta semana ha llegado a mí la cruda noticia de que en una perrera de Jerez se van a sacrificar 236 cánidos —15 de ellos, cachorros— debido al cierre de la instalación. Es posible evitarlo llamando al 629 278 238 y adoptando a alguno. Hace muy poco, el consejo de Gobierno de la comunidad de Madrid ha dado el visto bueno al borrador del anteproyecto de Ley de protección de animales de compañía que establece la prohibición de sacrificar animales abandonados y endurece las penas para los dueños que se desprenden de ellos. Mientras este tipo de normativas se generalizan, no podemos permanecer impasibles y adoptar es la mejor actuación.

Pasados 50 minutos, dobló la esquina aquella camioneta blanca. Mientras se acercaba hacia nosotras, ambas sabíamos que había llegado el momento de separarnos. Breve pero intenso, que reza una manida expresión de indulgente complacencia. Por desgracia, no pude llevarte conmigo, pero deseo con todas mis fuerzas que alguien lo haya hecho. Es curioso, pero conforme pasan los días, recuerdo más y más aquel colmillito fuera de sitio que te afeaba y te hacía tan especial. Supongo que son cosas que solo pasan en torno a las 2:45.

Lo más leído

Ahora en portada