Un beso.
Un beso.

He escrito en varias ocasiones sobre la importancia del beso, siempre partiendo de la premisa de que debe ser un gesto aceptado por la persona receptora, y nunca un beso dado sin su consentimiento o de manera forzada. Un beso representa un acto de afecto, amor, gratitud y bienvenida. Por lo tanto, un beso forzado no puede considerarse como tal, sino como un acto de dominación. Si se realiza al sujetar firmemente la cabeza de la persona, impidiéndole escapar, se convierte inequívocamente en una agresión sexual.

De esta acción de agresión, que no puede ser catalogada como un beso, podemos resaltar varios aspectos significativos: los avances que el feminismo está logrando en nuestra sociedad, en ocasiones de manera inadvertida, así como las actitudes perjudiciales que algunos hombres aún mantienen ocultas y las formas en que se sigue invisibilizando a las mujeres.

No obstante, esta acción, a pesar de su gravedad, y aunque preferiría que no hubiera ocurrido y deseo que la justicia tome medidas contra el responsable, nos está revelando algo positivo. En realidad, es una confirmación, incluso si el agresor, especialmente cuando se trata de delitos cometidos contra las mujeres, cuenta con numerosos defensores, hombres ofendidos y medios de comunicación que respaldan la cultura patriarcal y la violación. Ha demostrado la profunda influencia que las luchas, la valentía y la ideología democrática e igualitaria del feminismo han tenido en nuestra sociedad. Quizás hace apenas una década, este beso habría sido considerado gracioso, simpático e incluso lógico en medio de la euforia y la alegría por un triunfo, y a las mujeres opositoras se les habría tachado de locas y exageradas. Hoy, gracias al feminismo, esto ya no es así.

Frente a aquellos hombres que optan por permanecer desconectados de la realidad y pretenden que el tiempo se detenga, como si todavía viviéramos en la época feudal, y aquellos que persisten en negar sus privilegios, el país ha experimentado un cambio significativo. La respuesta masiva de mujeres y algunos hombres denunciando lo que antes resultaba impensable es un claro indicio de este cambio.

No vivimos en un país inquisitorial, como ha afirmado algún machista, ni los avances se pueden comparar con los goles y las mujeres en una discoteca, donde mientras más te acercas, más se alejan, como mencionó un entrenador de fútbol con una mentalidad sexista. Simplemente, ya no se nos permite tratar a las mujeres a nuestro antojo. La caída de nuestro imperio ya sea que nos agrade o no, está cada vez más cerca. La impunidad masculina ya no es sostenible, y cada día son más quienes no están dispuestos a permitir ni tolerar las agresiones machistas que las mujeres han soportado durante toda su vida debido a su normalización y a la noción que los hombres teníamos sobre nuestros derechos hacia ellas.

Estas son las razones fundamentales para encontrar alegría en un acto condenable que refleja el patriarcado, la violencia y el nepotismo masculino. Además, demuestran que, a pesar de los esfuerzos del mundo reaccionario y sus respuestas estridentes, este país no cede a sus deseos. Lo mejor de todo es que esta situación no cambiará, y esta realidad es la que el machismo no puede soportar.

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