No quiero convertirme en dinero ni en nada que se le parezca; tampoco quiero ser ese personaje -burda caricatura de mí- que se regocija en el triunfo o se mortifica cada vez que fracasa ya que soy más que una mera circunstancia..., soy más que un hice o un haré cogido con alfileres..., acaso un “por hacer” constante que me hará estar colgado -siempre con mi permiso- a la única y efímera Verdad que es el presente porque, que sepamos hasta lo que nos ha alcanzado la historia de la inhumanidad, las verdades no existen..., y menos en estos tiempos donde todo se confunde, donde mi Felicidad Like será tu desdicha o tal vez tu desasosiego que te hará odiarme hasta que coincidas conmigo en una etiqueta de cristal; porque soy más que un papel que habla bien de mí o una cifra de binarios que trata de ahogarme en el ciberespacio..., soy ése de carne y hueso que ni el dinero ni el poder podrán curarme del Espanto.
No..., no quiero convertirme en el ideal de mí mismo ni mutar a algo que, a los pocos segundos de nacer, estará en peligro de extinción..., ya que nadie logrará siquiera rozar los confines del otro que sueña ser porque desde que venimos al escaso trozo de tiempo que se nos ofrece sabemos, sobradamente, lo que somos.
Así que opto por pensar que lo imperfecto y lo perfecto no existe..., ya que son los pilares de la ley seca de aquellos que desde la punta de su pirámide te obligan a que corras tras lo que desean que te acabes convirtiendo: en un estudiante de universidad privada sin cerebro con ganas de hacer dinero o un funcionario con la única mira de comer cinco veces al día como los aquejados del mal del azúcar.
Esta sociedad edulcorada y hueca de pasiones castiga al artista que no vende pero se deja la piel en lo que cree, silencia a los profesores que quieren enseñar por encima de la última bula del gobierno, asesina a sus pensadores y a todo aquel que incita a cuestionar este tinglado hecho de billete verde, te amenaza -sí a ti- si dejas de creer en los héroes de barrio que nos diseñan a diario y recrean sobre tu televisión de oferta...
¿Cuánto cuesta ser uno mismo y no aquel que nos adoctrinaron a perseguir desde pequeños? Mucho menos -no tengo dudas- es el costo de mantener este mundo ingrato lleno de trucos para hacernos creer que somos eternos y únicos..., hasta hay empresas que se dedican, una vez nos hayamos ido o borrado de este mundo, a cerrar nuestra cuenta de Facebook con un sólo click..., ese click de plástico malo que suena como cuando se amartilla una pistola.
