La engañifa de la meritocracia

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Daniel Morillo

La fábrica de gladiadores, sobre meritocracia. Foto: Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales AIP.
La fábrica de gladiadores, sobre meritocracia. Foto: Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales AIP.

La meritocracia es un engaño. Sólo se basa en el esfuerzo, sin atender a otras variables y elementos imprescindibles, que son decisivos en el potencial progreso socioeconómico del individuo.

La meritocracia es una de las mayores patrañas de las últimas décadas. Detrás de ese concepto, supuestamente beneficioso, lo único que hay es una ideología que lo que pretende es hacer culpable a quien, por diversos motivos, no ha prosperado demasiado. Es un relato neoliberal que arguye que el que no ha estudiado, el que ha estudiado, pero igualmente le cuesta llegar a fin de mes, quien está en unas condiciones de precariedad absolutas y quien se encuentre en alguna tesitura parecida a las que acabo de describir, es porque no se ha esforzado, porque no ha querido, porque no ha emprendido, y la culpa es suya. Sin embargo, ese relato es absolutamente infame, solo se basa en el (supuesto) mérito, pero no incluye ninguna variable más, como la suerte, el talento innato o las circunstancias familiares.  

El lugar donde naces marca tu futuro. Tu situación socioeconómica, tu entorno, tu ambiente, es determinante. También el propio sistema y las condiciones de trabajo que ofrece, ya que, millones de personas se esfuerzan todos los días de manera sobrehumana, pero la recompensa es insultante. La igualdad de oportunidades es crucial para revertir ese tipo de situaciones, no es fácil; la clase a la que perteneces determina tu futuro, el ascensor social tarda muchas generaciones en funcionar, incluso ninguna. Quien ha tenido todos los recursos necesarios desde la cuna, ha tenido todas las herramientas necesarias para prosperar y, probablemente, ha podido prosperar, es decir, no es sólo una cuestión de esfuerzo, sino de desigualdad y desventaja desde que estás gateando. Sin las herramientas adecuadas para revertir y poner en igualdad de condiciones a la población, cualquier discurso sobre el mérito se queda cojo y, en la mayoría de las ocasiones, es clasista y apócrifo. No es una cuestión de capacidades sólo.

Faltan muchos pasos que dar respecto a la igualdad de oportunidades y debería estar aún más presente en el debate público. Las clases trabajadoras parten con una desventaja inmensa. Algunos deberían de aprender de la capacidad de resiliencia y esfuerzo de las clases populares. Es fácil hablar de esfuerzo y meritocracia cuando se parte con ventaja, desde viviendas cómodas y en posesión de los recursos imprescindibles. Es cómo si un atleta vacila por ganar una carrera cuando ha salido de la meta muchos metros por delante que el resto. Falta humildad.

Precisamente aquellos que temían al sufragio universal, lo temían y lo rechazaban porque eran conscientes de que podría traer una serie de cambios políticos y transformaciones sociales, y podían abrir la política a las mayorías sociales. De hecho, fue el movimiento obrero y feminista quien logró la consecución del sufragio universal. Me temo que, hoy en día, algunos, si pudieran, volverían al sufragio censitario, apartando a la mayoría de los ciudadanos. 

Durante el debate de los nuevos Presupuestos Generales del Estado, el diputado de VOX Francisco José Contreras Peláez pronunció lo siguiente: “Los que creemos en la libertad sabemos que en un país libre no puede haber igualdad socioeconómica porque las personas somos distintas, tenemos talentos y niveles de esfuerzos distintos, y, por consiguiente, terminamos teniendo rentas distintas… Esa disparidad de rentas es legítima”. Ellos dicen defender a la ‘España que madruga’, sin embargo, ellos son de la ‘España de los señoritos’ y no tienen ni idea de la realidad de la mayoría social.

Por otro lado, también es muy importante la dignidad del trabajo, es decir, es contraproducente armar un hipotético excelente discurso sobre la igualdad de oportunidades; afirmando que cualquiera puede prosperar si estudia y se esfuerza, sin reparar en la desigualdad, porque entonces lo que subyace ahí es que quien no ha estudiado y quien está realizando un trabajo precario, un empleo manual sin valorar, duro, con poca remuneración… poco menos que se merece lo que tiene y, en consecuencia, se acaba justificando cualquier desigualdad económica. Hay que dignificar el trabajo, al fin y al cabo, la mayoría de la ciudadanía no posee un título universitario, y no por ello se merece unas condiciones insoportables ni humillación.

En otro orden de cuestiones está el insultante mercado laboral español que no valora los títulos universitarios, con una empleabilidad irrisoria. En este caso, la meritocracia ya no puede echarle la culpa a esos titulados, ¿verdad? La suerte, las redes de contacto, el contexto económico que haya tocado vivir… son muchos los elementos que influyen en la prosperidad laboral de un individuo, no sólo el esfuerzo y el tesón.

La democracia tiene que ser un medio para la conquista de libertades, sin embargo, lo que no se puede enmascarar detrás son privilegios para unos pocos con la excusa de la libertad de mercado y de la productividad, para que la democracia sea un medio tiene que ser un medio social, capaz de equilibrar diversos intereses, pero siempre con los derechos sociales como prioritarios para que se construya un Estado sólido, social y justo, capaz de otorgar a la población las mismas oportunidades independientemente de su condición.

La democracia no es un fin, es un medio, pero los fines que ha de conseguir tienen que ser para la mayoría, tienen que ser con el ánimo de equilibrar la balanza y de ofrecer bienes y servicios garantistas y solidarios a toda la población. Un Estado no es un Estado sino es social.

El neoliberalismo pervierte la igualdad y la propia idea de igualdad, no protege a la mayoría, y se escuda en el concepto del ‘mérito’ para basar su ideología. Juega a la trampa. No cree en la igualdad de oportunidades. Que cada cual se salve. Adulador con los de arriba, despiadado y feroz con los de abajo.

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