Energía fotovoltaica en una imagen de archivo.
Energía fotovoltaica en una imagen de archivo. MANU GARCÍA

El sábado apareció un concienzudo artículo de Robert Gast en Die Zeit, ¿La gran locura o el fin de la crisis climática?, sobre la fusión nuclear, que naturalmente lleva a pensar en ese complejo asunto que es la crisis climática.

Sin duda, el consumo de combustibles fósiles es el principal motor de la crisis climática y, sin embargo, deberíamos no solo hablar de crisis climática sino de urgencia ecológica, porque no es el clima el único problema que nos lleva a la catástrofe. Si dejamos el plástico fuera del asunto, al margen de su origen en el petróleo, además de las resinas, dejamos fuera la muerte de los mares. No es solo el problema de la temperatura en ascenso lo que nos lleva a la catástrofe, es la destrucción que los plásticos producen, por ejemplo, o la desaparición del agua, que si tiene que ver con el calentamiento global, también tiene que ver con la desaparición de los bosques para el uso de la madera y para la fabricación de carne: para hacer sitio para pastos. Estamos, entonces, ante tres asuntos de importancia: fuentes de la energía, protección del agua y contaminación. Sería, ahora, un enorme acto de irresponsabilidad pensar solo en las fuentes de energía y olvidar el resto. Gast no lo hace, simplemente se fija en un problema concreto y en los miles de millones de euros que se lleva el proyecto ITER, la construcción de un gran reactor de fusión nuclear.

El calentamiento global, con su origen en el consumo de energías fósiles, petróleo, gas y carbón, además de la madera como fuente de energía, está siendo utilizado para tratar de reivindicar la energía nuclear, la llamada fisión nuclear, como fuente de energía limpia, siendo que nada tiene de limpia. La contaminación de la fisión nuclear, no solo por sus enormes riesgos de accidente nuclear sino por su basura, que permanece activa y contaminante durante miles de años, no permite hablar de la energía nuclear como una energía limpia. Los riesgos de accidente nuclear no se pueden minimizar con la excusa de que Chernobyl estaba en el bloque comunista, ¡que ya se sabe!, después de lo que sigue ocurriendo con Fukushima en Japón. Las consecuencias globales del accidente de Fukushima no son todavía verdaderamente conocidas, por cierto, al menos no para la opinión pública. Que Fukushima no levante los termómetros no significa que la enorme destrucción que ha producido en el Planeta se pueda dejar a un lado. Como tampoco la amplia región de Chernobyl y su destrucción.

En esa lógica ideológica y de defensa de los propios intereses económicos, que quieren presentar los grupos de presión para defender la energía nuclear, la fisión nuclear, entra en escena un renovado interés por la fusión nuclear como posible energía limpia; la energía conocida como el-sol-en-la-Tierra. Habría que empezar con que determinados elementos de los reactores de fusión seguirían siendo contaminantes durante al menos cien años en cementerios nucleares. La deuda tecnológica de la fusión con la fisión delata, además, grupos comunes de interés. Añadir aquí que la iniciativa tecnológica y empresarial del profesor Dennis Whyte, del reputadísimo Instituto Tecnológico de Massachusetts, con apoyo de Bill Gates y del dueño de Amazon, devuelve a la actualidad la idea de que la fisión nuclear debe ser sustituida por la fusión nuclear, algo que no deja de crear dudas, después de las experiencias con las energías limpias o renovables.

Se trata, en primer lugar, de su limpieza y su efecto de neutralidad sobre el clima, pero se trata, también, del aspecto democrático que animan las energías renovables. Tener en el tejado del edificio la producción de la calefacción para el invierno y el agua para la ducha significa muchas cosas. En primer lugar, las energías renovables pueden poner fin de la pobreza energética: solo por esta razón los gobiernos del PP legislaron contra el sol y los del PSOE nunca fueron suficientemente enérgicos con la defensa de las energías limpias o renovables. De pronto, los dueños de la luz, de la electricidad, dejarían de ser las grandes eléctricas para convertir a cada comunidad de vecinos en dueña de su invierno y de su ducha, de su secador del pelo y de su lavadora. La experiencia democratizadora de las energías renovables pone en guardia a las grandes familias adineradas y a las elites de larga tradición gobernadora; gobernadoras desde la tribuna de oradores o desde la mesa de la junta de accionistas.

La fisión nuclear, como la fusión nuclear, necesitan centros de producción desde los que hay que distribuir luego la energía, con la pérdida que supone su transporte y la destrucción de paisaje y naturaleza que significan las instalaciones para ese transporte. Ello sin contar con su centralización y que løs ciudadanøs volverían a quedar fuera del control del precio de la luz.

La crisis climática debería ser entendida en términos de sostenibilidad y no solo de la temperatura del Planeta. Una sostenibilidad que vuelva a cubrir de bosques el territorio, y de bosques bien gestionados para que contribuyan con su sombra a equilibrar la temperatura, a mantener el agua bajo sus raíces, que mantengan el espacio vital para la biodiversidad necesaria para la vida. Sostenibilidad que debería significar producir menos basuras y eliminar los plásticos no, verdaderamente, biodegradables o peligrosos para la vida de personas y animales; estoy pensando en los micro plásticos y sus consecuencias para la salud. Sostenibilidad para una agricultura sostenible, que no contamine ni robe el agua de los acuíferos. La crisis climática es la crisis de este capitalismo al que hay que bajarle la temperatura también.

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