Encontrar la verdad

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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El hecho de vivir en sociedad nos lleva, evidentemente, a no poder mirar hacia otro lado sin sentir vergüenza o impotencia, según el caso, ante las cosas que ocurren.

En el poco tiempo que llevo trabajando como profesora interina, me ha tocado en dos ocasiones dar clases en 2º de Bachillerato. Y en ambas, uno de los artículos de opinión que he escogido para practicar el comentario crítico ha sido La verdad de Rosa Montero. Hace unas horas debatía con mis alumnos sobre todo lo que la escritora expone en ese texto y ahora mismo todavía estoy preguntándome si lo escojo para hacerles ver a ellos que bajo el agobio de este curso –más aún este año en el que ni alumnos ni profesores sabemos muy bien qué tipo de prueba les dará acceso a la universidad –, hay muchas cosas que no deben perderse o porque necesito recordarme a mí misma que en la realidad de cada uno hay cosas maravillosas que nos olvidamos de disfrutar y que relata a la perfección Montero: las personas que nos quieren, los libros, la música, las puestas de sol en un lugar con mar una tarde de verano…

Es cierto que vivimos en un mundo plagado de injusticias sociales, políticas y económicas: se asesinan a mujeres solo por su condición de ser mujer, le negamos cobijo a los que huyen de la guerra, dejamos que se llenen los bolsillos los mismos que juegan con nuestros votos, no hay cura para demasiadas enfermedades y no tenemos respuesta para la mitad de preguntas que nos hacemos cada día. Esto son solo unos mínimos ejemplos. El hecho de vivir en sociedad nos lleva, evidentemente, a no poder mirar hacia otro lado sin sentir vergüenza o impotencia, según el caso, ante las cosas que ocurren. Pero, hay una cosa más y es la repercusión que este panorama está teniendo en las generaciones venideras que han asumido que esto es lo que hay y que el futuro es tan incierto que hasta a mí empieza a darme miedo el momento de enfrentarme a él.

No sé si me equivoco al instarlos a no confundir sufrimiento con sacrificio: el primero debemos evitarlo por todos los medios; al segundo no podremos esquivarlo si queremos ir alcanzando las innumerables metas que a lo largo de la vida nos vamos a ir planteando. Al respecto de esto, comentaban alumnos que la clave está en proponernos objetivos alcanzables, mientras que otros contestaban: “tú pones los límites y decides hasta dónde eres capaz de llegar”. De acuerdo con todo. Y añado además que hay que quitarle las connotaciones negativas al hecho de dejarnos la piel (literariamente, claro) en aquello que queremos conseguir: cuántas personas, cuántos viajes, cuánto aprendizaje en cada trayecto si lo caminamos bien, cuántas risas y, probablemente también, cuántas lágrimas. ¿Mereció o merece la pena? Alguna vez sí. Seguro que sí. A mi esta semana y después de escuchar todos estos argumentos, sí.

No obstante, no está todo en sus manos. Somos nosotros los que como sociedad tenemos que ponernos las pilas para que el día de mañana se dediquen a hacer con su vida lo que ellos quieran y no lo que les convenga. Necesitamos a jóvenes motivados y dispuestos a comerse el mundo, a jóvenes que hoy tengan confianza en el mañana, que crean en que existe la posibilidad de hacer lo que de verdad les gusta (y hacerlo en su país) porque solo entonces podrán alcanzar la felicidad de la que hoy estamos tan faltos, tanto que algunos no saben definirla. Tampoco saben si la han sentido o, lo que es peor: ¿la tuvieron y no se dieron cuenta?

Yo, que siempre la asocié a instantes o etapas –y que también me invaden esas dudas multitud de veces–, tampoco sé si acerté al describirla, pero sí llegué a una conclusión hace mucho tiempo: en cada camino que iniciemos debemos intentar encontrarnos con ella alguna vez. Ese debe ser el objetivo primordial de nuestra vida. Ese debe ser el motivo que nos lleve a no olvidarnos de vivir. Y esa es la verdad. La felicidad.

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