Una imagen del Mundial en Qatar. FIFA
Una imagen del Mundial en Qatar. FIFA

Yo fui aficionado -¡Jesús, era el paleolítico!- al fútbol. Cuando era un deporte. Ahora es una cloaca infecta, con sus estadios como máquinas de hacer dinero, su lujo hortera, su aplastante dominio mediático y sus actores -que no deportistas- que esconden su dignidad detrás de contratos obscenos. 

El Mundial de Qatar ha tirado por tierra los últimos restos de grandeza que aún conservaba el fútbol. Lo detesto, y a todo lo que representa, porque es fiel reflejo de una sociedad ignorante y frívola que se deja llevar por las bajas pasiones, que comercia con seres humanos y que manejan directivos con todo el careto de capos dei tutti capi.

Hoy, el protagonista del fútbol no es el balón ni el futbolista, es el dinero, y cuanto mayor es el valor del cheque más apestosa y profunda es la cloaca. Las puertas de los estadios, esas catedrales de la posmodernidad, deberían llevar el rótulo “Todo por la pasta”, como los cuarteles llevan “Todo por la patria”. La pasta es la patria del fútbol: para ella no existen fronteras.

El fútbol, hoy, es una farsa. No se puede insultar al contrario, pero da igual que no se respeten los Derechos Humanos. En Qatar no había estadios; se hicieron. No había tradición futbolera; se compró una tradición futbolera. No había Derechos Humanos; sigue sin haber Derechos Humanos. Mujeres, ¿vais a ver los partidos? Sois libres para verlos, pero allí vuestras libertades son inexistentes. La homosexualidad se castiga con la pena de muerte. Y el maltrato y discriminación al emigrante están a la orden del día. ¿Y aún así veremos los partidos?

La prensa mundial ha realizado una bien pagada labor de lavado, planchado y maquillado para que parezca que Occidente es hipócrita y tiene mucho que callar. Pero con todos sus defectos, muchos y gordos, la vieja Europa no debe permitir que unos fanáticos en Qatar y un puñado de mafiosos nos den lecciones.

La multinacional cervecera que obtuvo el contrato de ventas para el Campeonato ha sido sorprendida por unas condiciones más restrictivas que las pactadas. Uno de los capos lo justifica así: “Se puede sobrevivir tres horas sin cerveza”.

En fin, también se puede sobrevivir tres semanas sin fútbol. Que les den. 

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