El soborno del cielo. Alumbrado de Navidad en Jerez.
El soborno del cielo. Alumbrado de Navidad en Jerez. CANDELA NÚÑEZ

No tengo mucha estima por la navidad. En todo caso lo que tengo son recuerdos de aquella navidad, —¡ay!—, ya tan lejana de mi infancia, de una felicidad algo menesterosa y de ilusión en blanco y negro. Nunca el pasado fue mejor, sólo fue anterior, pero quizá por una vieja lealtad a aquellos recuerdos, me fastidia la explotación que se hace hoy de la navidad.

Ni soy el Grinch, ni siquiera Mr. Scrooge, pero sí, me considero un insumiso navideño. Insumiso ante el orgasmo consumista, en unas fechas que blanquean la imagen de la codicia frente a la solidaridad y del derroche frente a la austeridad. La navidad empuja a comprar para no parecer un desclasado. Comprar, comprar bajo las luces navideñas, como las gallinas ponedoras a las que no se les apaga la luz para así aumentar su producción. Gastar, seguir gastando. ‘Quiero que gastes mucho’ es el lema, la orden terminante. Y demostrar que eres un buen ciudadano. Pero la navidad es apenas un efímero pantallazo, un simulacro estéril. Después de 2021 navidades, la avaricia sigue intacta, la hipocresía no ha cambiado su atractivo rostro y el egoísmo cabalga cada vez más seguro.

Y hay otras navidades, lejos de las luces, la hiperglucemia y las chucherías digitales de moda. También es navidad en algún lugar donde una una niña camina dos horas para ir a una caseta destartalada que se llama escuela o bajo un árbol donde hay un maestro. Va descalza y aún tiene suerte porque, al menos, en ese lugar no golpean a las niñas que van a la escuela. También es navidad para un chaval cargado de libros y cuadernos que cruza un control vigilado por tipos siniestros, mal afeitados y armados hasta las cejas. Tal vez sus libros suponen un peligro para esos cenutrios armados. En navidad, en algún sitio, tal vez un lápiz sea un tesoro para un niño.

Porque hay lugares donde el fracaso escolar es que un niño muera de un tiro. O de hambre. O de enfermedad por falta de vacunas. Aquí, un lápiz o un libro apenas valen nada. Ahora. Pero fuimos un país de cenutrios mal afeitados y armados en cada esquina. Hoy somos el país de los nuevos ricos. No busquéis la moraleja. Yo, la verdad, ya dejé atrás el soborno del cielo.

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