Turismopatía

Por fin los operarios recogieron el decorado. Unos parados y jubilatas miraban sin mirar. Supervivientes de la turismofagia.

JOSE PETTENGHI ARTICULO

Biólogo y profesor.

Turismopatía
Turismopatía MANU GARCÍA

Aún resonaban las ruedas de la maleta del último turista, cuando el concejal de Turismo dio la orden y los empleados municipales empezaron a plegar y enrollar Cádiz.

Cádiz ya sólo era eso, un decorado de quita y pon que volvería a desplegarse al inicio de la próxima temporada.

Esa misma tarde, los turismócratas comenzaron a contar las ganancias. Era el cierre de temporada y allí estaban ellos, los turismócratas y su corte de asustaviejas con título de arquitecto, politiquillos asustadizos, blogueros matones, periodistas amaestrados, empresarios tunantes… en fin, el “tout Cadix”.

Pero ese año algo los ensombrecía: los ingresos habían caído. Corría el rumor de que los turistas sólo veían a otros turistas y eso no molaba. Los indígenas ya vivían en otros lugares y la ciudad perdía interés turístico, desbocado hasta hacía bien poco. Lo festivo ya tenía un aire cansino, funcionarial y tristón.

Se rumoreaba sobre un fenómeno, la turismopatía, una plaga de lugares turísticos que dejaban de serlo por mala planificación o por codicia.

Pero ninguno de aquellos turismócratas asumía su culpa. Nadie recordó lo de “cuantos más turistas, mejor”.

A nadie le importó que se cerraran escuelas y se abrieran chiringuitos. Y miraron a otro lado cuando se les recordaba el derecho a la vivienda y el interés colectivo de la riqueza. ¡Qué risa daban aquellas cosas de rojos!

Nadie dijo: “Los pisos turísticos son el futuro de Cádiz, sí o sí” o “Turismo o nada”. Ninguno había escrito que “Toda planificación social cercena la libertad individual y la libertad de empresa”. Nadie reconocía haber retorcido la verdad cuando se hablaba de regulación; no, ellos prefirieron soliviantar al personal, alegando prohibiciones y oscuras conspiraciones que sólo enmarcaban su avaricia. Todos aplaudieron cuando alguien propuso hacer viviendas turísticas en los bajos comerciales.

Nadie pensó en el futuro cuando el dinero fluía a caños.

Por fin los operarios recogieron el decorado. Unos parados y jubilatas miraban sin mirar. Supervivientes de la turismofagia.

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