Concentración republicana en una imagen de archivo.
Concentración republicana en una imagen de archivo. MANU GARCÍA

La fuerza del poderoso se mide por su capacidad de imponer a los demás su representación del mundo y su lenguaje. Es la guerra de la imagen y la comunicación; una guerra que se libra minuto a minuto, en cada pantalla, en cada una de los miles de millones de terminales, en la que nosotros, criaturillas ínfimas, aferradas a lo precario, participamos con nuestro parpadeo digital.

Y el poder, dueño de ese orden simbólico, nos impone una imagen de la República, distorsionada y en blanco y negro. Anclada en la II República y como tal, algo de un pasado apolillado.

Por supuesto se debe guardar un profundo respeto por ese período de nuestra Historia: supuso un salto adelante en libertades y progreso, llegó sin derramamiento de sangre, fue atacada por un golpe de Estado del que tuvo que defenderse y la tumbó una Guerra Civil. Su aportación fue tergiversada y masacrada.

Pero sin recuerdos no hay esperanza.

Hoy los republicanos debemos buscar la emoción y mostrar a la juventud que una república no es algo del pasado, sino muy actual, y que mira al futuro. Como tener sólidos principios de justicia y libertad, tanto de género como económicas. Como perseguir la paz como derecho y como deber. Como estimular las virtudes cívicas. Como priorizar lo público frente a lo privado. Como defender la separación de las iglesias y el Estado. Como apoyar una participación efectiva donde haya verdaderos ciudadanos y no simples votantes, que apenas participan de las decisiones políticas. Como defender la democracia radical, en la que nadie tenga más derechos que los demás. ¿Es todo esto anacrónico? ¿Esto es antiguo?

Eso sí, la izquierda no hará caer esa monarquía sobrevalorada. Uno, los partidos que sostienen posiciones republicanas no tienen -aún- el respaldo necesario. Dos, la Transición hizo caer al partido mayoritario autodenominado de izquierdas en los brazos de aquello que decían combatir. Hoy son monárquicos vergonzantes. Tres, la monarquía caerá sola, por sus latrocinios, por su anacronismo, porque es un peso muerto y porque históricamente se cumplirá una ley inexorable: el poder, al fin y al cabo, es del pueblo. Hoy es un gran día.

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