Ana Frank en Gaza

Ana era extrovertida y risueña, una adolescente voluntariosa y vivaz, después llegó la locura, el odio, la vulneración de derechos elementales, la violación de principios sagrados hacia los niños y hacia los débiles

JOSE PETTENGHI ARTICULO

Biólogo y profesor.

Una imagen de Ana Frank.
Una imagen de Ana Frank.

Sola y aterrorizada oye las bombas caer cada vez más cerca. Sólo tiene 14 años y ha sido separada de su familia. Ana se esconde de la barbarie en la buhardilla de su casa en Prinsengracht nº 263, en Gaza.

Su familia ha desaparecido y ella tiene mucho miedo. Ha oído de los métodos despiadados de los ocupantes de la ciudad. Apenas tiene como compañía un cuaderno de cuadros rojos y blancos que le regaló su padre. En sus páginas anota con letra temblorosa lo acaecido desde que tuvo que esconderse debido a la persecución y a los bombardeos.

Hasta entonces la vida de los palestinos ya era difícil y dura. Sus padres trataron de fingir cierta normalidad y estuvo yendo al colegio hasta que ya fue imposible. Ser palestina en Gaza hoy, o judía en Amsterdam en 1944, la obligó a renunciar a todo, a su familia y a su infancia.

Ana era extrovertida y risueña, una adolescente voluntariosa y vivaz, después llegó la locura, el odio, la vulneración de derechos elementales, la violación de principios sagrados hacia los niños y hacia los débiles. Ana se ocultó del mundo, esperando que no la encontraran y ahora escribe en su diario sus ilusiones perdidas, sus ansias de un mundo mejor, y su decepción ante la crueldad de las personas.

La clandestinidad y el encierro se le hacen insoportables a Ana Frank. Desde su agujero oye sobrevolar siniestros pájaros de acero y muerte, que arrojan bombas sobre hospitales, colegios y viviendas de gente atemorizada. Escucha también las pisadas, cargadas de amenazas, de botas en la escalera y violentos golpes en las puertas. Los ocupantes de la ciudad buscan a indefensos judíos y encuentran a indefensos palestinos muertos de miedo, que no tienen nada, ni alimentos, ni medicinas, ni esperanzas.

Hoy Ana ha escrito en su cuaderno: “No puedo construir mis esperanzas sobre una base de confusión, miseria y muerte”. Es lo último que pudo escribir.

Ana Frank de Gaza, como la de Amsterdam, no llegó a cumplir los 15 años.

Lo peor es que el mundo va a seguir igual sin ellas. Porque las botas, las bombas, la muerte y los fusiles siempre habrá quien los pague.

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