La española es una de la sociedades donde seguramente más se habla y menos se conversa, pues conversar es, mucho más que hablar, escucharse sinceramente y estar dispuestos a abandonarnos en el diálogo para que, si hay razones, nos cambie.
Existe una resistencia sicológica contra el intento de toda conversación a que nos cambie nuestra forma de pensar, porque nuestra forma de pensar se ha convertido en un elemento de nuestra identidad, en lugar de ser, nuestra forma de pensar, algo cambiante en razón de la información que vamos ganando y nos va haciendo mejores.
No es raro escuchar que "yo siempre he pensado, yo eso nunca lo he escuchado", como si lo importante fuera que el carrusel palabrero sirva solo para reafirmar lo sabido y seguir rechazando lo que no me va bien, porque "mi verdad, ¡ay, mi verdad!", esa no la cambio yo tan fácil. De toda la vida del mismo equipo, de toda la vida del mismo partido, y el dolor de tener que votar a otro, de toda la vida el mismo periódico, excepto que de pronto me quiera cambiar la verdad.
Una conversación exige, como mínimo, el respeto de una escucha atenta; una conversación exige dejarse ir a través de los argumentos que escuchamos, a veces nuevos, y que nuestra cabeza trabaje con esas nuevas razones y perspectivas.
El pasado viernes la conversación que se me presentó se refería a sacar la basura y las consecuencias de no sacarla a su hora establecida, algo que media Alemania practica todos los días: la basura habría que sacarla por la mañana muy temprano y toda Alemania la saca al final del día anterior. "Eso no puede ser", decía un alemán, ajeno a la realidad de su propio país, e incapaz de comprender la diferencia entre lo razonable de sacar la basura antes de irse a dormir, en lugar de a las seis de la mañana, o hacerlo el domingo a las cuatro de la tarde, hora en que todo el mundo está esperando visita para tomar el café: "¡doble moral!"
Todas estas afirmaciones preparaban la necesidad de que se cumplan las normas, "¡porque si todo el mundo hace lo mismo en un cruce de carretera…! ". Es entonces cuando llega el sirio y afirma aseverando: "¡el ser humano necesita Leyes y hay que cumplirlas!". El resto, la mayoría alemanes, asistía entre atento y divertido a la no-conversación. Aquel carrusel de palabras perseguía ganar la razón de quienes insistían, legalistas, en solo cumplir la Ley diga lo que diga, y realizaba una falacia con su pretendida analogía entre el carácter administrativo del sacar la basura y el posible carácter penal de no respetar la preferencia en un cruce de carretera; y se resistía a escuchar que no todo es lo mismo y que no se exige de todas las Leyes que se cumplan con el mismo rigor.
El colofón llegó en ese momento: "el ser humano necesita Leyes porque necesita seguridad", y con esa seguridad quedó alumbrada la noche. La seguridad de no abandonar los propios convencimientos para seguir siendo el yo mismo que he sido siempre, la verdad inalterable en la que vivo: la tranquilidad que ofrece la religión divina o republicana. Por cierto, el ser humano necesita, seguramente, sobre todo, paz para disfrutar de la alegría, porque la guerra, cualquier tipo de guerra, real o metafórica, es agotadora y arranca toda posibilidad de disfrutar de las alegrías cotidianas, que hay muchas. La paz de no tener que estar luchando cada día por un salario digno, por ejemplo. Esa paz es la que hay que asegurar, a través del entendimiento y al entendimiento se llega gracias a la conversación respetuosa y atenta.
A la conversación, algo muy diferente a la lucha de monólogos, se llega gracias a la duda, lo contrario de la seguridad de estar seguro, vean lo peligrosa que es la seguridad. Cuando se tiene paz la duda, sin embargo, no molesta: la paz nos deja saber que la duda es lo más normal de este mundo, que ante la duda lo primero que necesitamos es tranquilidad para valorar la situación, y que la seguridad puede ser empecinamiento absurdo y la insistencia en la equivocación secular.
Conversar es la forma más genuina de crear conocimiento compartido y sólido, y el modo más genuino de crecer juntos en discrepancia respetuosa. Conversemos, que tenemos toda una nueva forma de vida por organizar.


