Orante frente a antitaurinos.
Orante frente a antitaurinos.

15 de julio de 2023, a ocho días de las elecciones generales. Dice mi amigo Juan Luis, comentando la imagen de arriba, que la fervorosa cristiana, rosario en ristre, elevaba “...plegarias al Altísimo y su virginal madre, su Señora de El Carmen, para interceder por unos rojos bolivarianos republicanos anarquistas filoetarras que se manifestaban ruidosamente (...) contra las sanguinarias corridas de toros celebradas en loor de la patrona local en el marco de la Feria de El Carmen y la Sal (de San Fernando)…”. La imagen es de la compañera Sonia C.R. y es de una brutalidad que asusta. Asusta porque eso mismo es lo que yo he vivido en mi niñez… eso era la normalidad hace 70 años. Una normalidad plagada de superstición, atestada de cosas irreales aceptadas como auténtica realidad; normalidad entreverada de miedo a contravenir las reglas y a pecar porque entonces serías condenado por toda la eternidad a insufribles tormentos.

Una normalidad que implicaba respeto a personajes que escuchaban voces y veían lucecitas de colores… ¡y lo hacíamos! Respetábamos a esos locos. Y si no adoptabas la estética normalizada —besar la mano de un cura por la calle, hacer la señal de la cruz al pasar delante de una imagen, ir a misa todos los domingos y fiestas de guardar, confesar regularmente, detener tu paseo y ponerte firmes cuando sonaba el himno nacional por la calle, mostrar sumisión ante cualquier tipo de uniforme, etc.— te señalabas, y entonces señores con bigotito, en connivencia con curas de sotana negra, te afeaban la conducta y te reconducían a la buena senda… Asusta, digo, esta imagen, porque parece salida del siglo pasado, ¡pero es de hace tres días! ¡Qué locura es esta! ¡Qué coño hemos hecho tan mal para que vuelvan estos fantasmas! 

Imagino que habrá multitud de explicaciones en danza, que esto es un asunto poliédrico, pero me parece que todo pudo recomenzar cuando el presidente Aznar habló de hacer política sin complejos, que era su forma de reivindicar dos cosas: sus filias franquistas y dejar de hacer el paripé de parecer una derecha moderna, europea y respetable para ser lo que realmente eran. Lo que Aznar estaba diciendo (hacer política sin complejos) era volver a las esencias de su credo ideológico, porque, no lo olvidemos, la derecha española tiene sus raíces en la clase política que construyó esa España casposa, gris, impregnada de un nacional-catolicismo castrante. La España del aquí se hace lo que yo diga porque para eso se ganan las guerras, las posguerras y las transiciones, ¡qué coño! O sea, política sin complejos, joder.

Aznar, heredero filial de Fraga Iribarne —ese inmenso patriota que, por encima de todo servía a España, fuesen cuales fuesen las circunstancias, a él le daba igual… que es lo mismo que dijeron los militares sin honor y los falangistas sin entrañas desde 1936, que servían a su Patria— fue el primero —Aznar, digo— en tomarse dos carajillos, poner el codo en la barra del bar —un bar con cabezas de toros disecados en las paredes y viejas fotografías de vírgenes, folclóricas y toreros como máxima expresión de intelectualidad— y reivindicar la España de siempre, la profunda, la de policía y jueces dedicados a Dios y la Patria, la de sotanas y confesionarios, rosarios de la aurora, militares bajo palio, obispos y curas metidos en todos lados —que incluso eran los máximos expertos en cuestiones de sexualidad—, Franco, Franco, Franco… y olvidarse de la pluralidad de pensamientos y nacionalidades, de la educación, de la sanidad, de la atención a la tercera edad, de todos los derechos sociales conquistados en estos años. Porque para esa derecha (y la actual de Feijóo-Abascal) su idea de Estado pasa por convertir los servicios que reciben los ciudadanos en negocios rentables… y eso es incompatible con la libertad de las personas.

Y ahí siguen, a punto de ganar unas elecciones (ojalá no) a fuerza de normalizar cosas que no son normales, como la mentira, el marketing de la mentira, la distribución de la mentira, la mentira reconvertida en verdad sobre la que construir otra realidad… y ya no somos capaces de reconocer la verdad o la mentira, o cuánto hay de verdad o mentira en un mantra que se repite mil veces. Y así no puede haber democracia real… no puede haber democracia cuando hay ciudadanos que más parecen loros que personas, o sacan a una imagen a pedir lluvias o una señora se hinca de rodillas a rezar el rosario contra una manifestación antitaurina. Cuando eso ocurre la gente queda descolocada, desencantada (¡qué puñetas está pasando!) y deja de votar para gloria del nuevo fascismo.

Pero hay hechos que son contrastables. La derecha arcaica de este país (sigo hablando de PP-Vox) se ha opuesto a todo avance social… se opusieron en su momento al divorcio, a todas las leyes que amparaban el aborto, a la ley de eutanasia, a las leyes sucesivas de Memoria Democrática; a la ley que protege a personas de cualquier identidad sexual. Se opusieron a la subida del salario mínimo, a esa especie de renta básica, a la reforma laboral que ha permitido el despegue de la economía española. Se opusieron a la recuperación del subsidio para mayores de 52 años, a la revalorización de las pensiones según el IPC, a la ampliación del permiso de paternidad para ambos progenitores. Se opusieron a la derogación de la norma que permitía el despido aún con la baja médica justificada y a casi todas las medidas adoptadas durante la pandemia… y un largo etcétera (gracias al chat GTP, por cierto). Si esta derecha faltona y retrógrada tiene que gobernar por mor de unos votos basados en mentiras, bulos e infamias, sea… pero las conquistas sociales deberían respetarse. Volver atrás supone la decepción de tres generaciones de españoles. Lo que nos plantean PP-Vox se parece mucho a un fascismo de siglo XXI y eso es un fracaso de la civilización. ¡Es que ya lo hemos vivido, fue un desastre y tardamos demasiado en superarlo! Un fracaso que muchos, servidor incluido, creíamos haber superado… pero están aquí otra vez. ¡Jodido bucle histórico!

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