FOTO: Milano
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No hace mucho tiempo todo parecía rocoso y bien asentado. Teníamos conquistados derechos laborales, sociales y políticos que uno, en su ingenuidad, percibía inmutables y servirían de base para continuar la conquista del bienestar… ¡Error!

Con la crisis económica del 2008 se nos esfumó todo lo que creíamos consolidado y comenzamos a comprender que la economía sacudía nuestras vidas a su antojo, y que la felicidad de las personas era algo prescindible en la ecuación. Aprendimos que por encima de la democracia está el verdadero poder que gobierna el mundo y que siempre acaba imponiendo sus necesidades para autoperpetuarse. Esa despreciable élite, que maneja cantidades incomprensibles de dinero, son los intocables de siempre, los que viven en burbujas inalcanzables a la justicia y a los Estados. Esos que si bajaran al suelo real y pasearan por las calles de Los Pajaritos o Los Pitufos serían auténticos seres de otra galaxia. Especímenes que nos mirarían como curiosidades zoobotánicas. Me refiero a la escoria humana que planifica desde impolutos despachos negocios que incluyen genocidios, hambrunas, guerras, éxodos masivos… son los que siempre ganan en cada crisis humanitaria, en cada catástrofe ambiental, en cada calamidad planetaria. Esos a los que habría que someter a juicio por crímenes contra la humanidad… pero no tenemos herramientas para tal menester. Herramientas civilizadas, digo.

Y entonces, el suelo que pisábamos dejó de ser rocoso y se convirtió en fango maloliente. Y de la pestilencia emergió —otra vez— un fascismo con rostro de siglo XXI como solución a los problemas que plantean sus propios amos: acumulación de la riqueza, generalización de la pobreza y la corrupción, y una desigualdad planetaria que crece exponencialmente. Como de costumbre. Ya conocemos la historia. ¡Es la dinámica social, estúpido! En España, simplemente dejaron de camuflarse en la derecha postfranquista y empezaron a hablar sin complejos… siempre habían estado ahí. Pero de estos sujetos ya hemos hablado por aquí en varias ocasiones… y seguiremos hablando porque nos va la civilización en ello.

Pero, en realidad, lo que hoy me motiva en mitad de la pandemia de COVID-19, son los nuevos iluminados que surgen al rebufo de ella. Lo de la Torre de Babel —ya sabéis, cuando los hombres dejaron de entenderse porque cada uno empezó a hablar su propia lengua— es una simpleza comparada con lo que está pasando en el parlamento, en las redes sociales y en los medios de comunicación. Y lo que está pasando es que ya no existe la verdad (si es que alguna vez existió). Está pasando que los hechos objetivos se han evaporado y son sustituidos por el imperio de la mentira y la confusión elevado a la categoría de verdad absoluta y creíble. La nueva verdad depende de la voluntad del dueño del medio comunicación o de la cantidad de veces que se rebota un bulo. Es el amo el que impone su ideario para crear una opinión adecuada y, sobre todo, para crear ciudadanos imbéciles y de voto dócil… ¡Pero, criatura! ¿Tú qué haces votando lo mismo que vota Patricia Botín? ¡Que eres carajote! Y entonces, el suelo que pisamos ya no es fango maloliente, es básicamente hez humana. Y nos hundimos.

Malos tiempos corren para la ciencia y el conocimiento empírico… por eso, en esta sopa humeante de heces, están floreciendo esos iluminados que animan a quitarse las mascarillas y sonreír con alegría, apelando a la pirámide de luz diamantina que los protege de… ¿de qué? De nada, porque todos estos saben que la pandemia es un invento de los poderes para dominar a los ciudadanos inteligentes, como ellos, con una falsa vacuna y un microchip implantado de mala manera en cada uno de los ciudadanos del mundo para convertirlos en esclavos… [¡Ostras! No sé dónde iba lo del 5G] ¡Menos mal que están ellos para avisarnos y convertirnos a su fe!

Pues sí. Creo que sí, que la estupidez humana es infinita… y la falta de sensatez, también. ¡Qué cansado estoy ya, coño!

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