El último vuelo

Foto Francisco Romero copia

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

Todas las hipótesis de la investigación siguen abiertas. No ha sido un accidente, como así lo atestiguan las investigaciones realizadas, sino un incidente de dimensiones estremecedoras, que han sobrecogido a todo el mundo. Pasada una semana de la tragedia ocurrida el martes, 24 de marzo, para gloria del refranero español: “En martes, ni te cases, ni te embarques”. Nadie sabe con certeza cuales fueron los motivos por los cuales Andreas Lubitz, el joven piloto alemán de 27 años, fue incapaz de evitar aquella mañana la colisión de su avión, un Airbus 320, de la aerolínea Germanwings, filial de la multinacional Lufthansa, contra las montañas francesas de los Alpes, con 150 pasajeros a bordo.

Lubitz, como buen deportista, tenía un espíritu competitivo. Su gran pasión por el vuelo era tan grande, que ya en su adolescencia, decidió matricularse en un club de aviación cercano a Montabaur, lugar donde residía con sus padres, para realizar sus primeros vuelos. Su periodo de formación profesional, según ha trascendido, se vio interrumpido por presentar un cuadro ansioso depresivo. Algunos de los docentes del piloto llegaron a cuestionar la capacitación psicológica de Lubitz para desempeñar la profesión, para la cual, según los expertos, es preciso poseer un óptima resistencia psíquica y de adaptación a las diferentes situaciones. El piloto, antes de su último vuelo, contaba con una experiencia de seiscientos treinta horas de vuelo.

Según constan en las conversaciones mantenidas por los pilotos, registradas en la caja negra del avión, a más de la mitad del trayecto que cubría el vuelo GWI9525, con destino Barcelona–Düsseldorf, el capitán y piloto de la aeronave, Sondheimer, procede a dar instrucciones a Lubitz, para que prepare el aterrizaje del vuelo. Acto seguido abandona la cabina. Después de unos segundos, Lubitz bloquea desde el interior, el acceso a la cabina. Minutos más tarde, el capitán regresa a la cabina, e intenta acceder sin éxito a la misma. Teclea el código de seguridad, y de nuevo ve frustrados sus intentos. Instantes después aporrea con insistencia la puerta, e intenta con un hacha entrar al habitáculo. Ya es demasiado tarde. El avión ha iniciado su descenso de forma manual. A pesar de los reiterados avisos de la torre de control al avión, nadie contesta desde su interior. De fondo se escucha una respiración normal de una persona.

En los ocho minutos que dura el descenso, la aeronave pasa de los 11.000 a los 8.000 metros de altura, a una velocidad de 370 metros por minuto. Se acerca el momento final, y los pasajeros empiezan a tomar conciencia de la situación de emergencia. En el último momento, se escucha una respiración profunda, y los gritos de los viajeros. Una de las alas impacta en un primer instante contra un talud, y en un segundo golpe, el avión termina desintegrándose en una vaguada. El choque, a una velocidad de 650 kilómetros por hora, ha sido tan fuerte que no se esperan supervivientes.

A las pocas horas de la tragedia, los helicópteros de rescate localizan los restos desintegrados del avión. Se trata de un lugar escarpado y de difícil acceso para los equipos de montaña. Los gobiernos alemán, francés, y español inician la coordinación de la operación y el rescate de los restos. Al día siguiente se llega a acceder al lugar del siniestro, por medio de helicópteros. La zona es de difícil trabajo, pero gracias a la ardua tarea y capacitación de los distintos equipos que forman el dispositivo, se consigue encontrar la primera de las dos cajas negras, que contiene los sonidos de la cabina.

Ese mismo día, el fiscal de Marsella, Brice Robin, procede a escuchar el contenido de la caja. Las secuencias de las voces son tan estremecedoras que esa noche es incapaz de dormir. Al día siguiente, aún con la resaca emocional, comparece ante la prensa para informar sobre la posible causa del accidente. Durante su intervención el letrado se muestra tan atónito que en algunas ocasiones no encuentra palabras para relatar lo ocurrido y se ve en la necesidad de acompañar el discurso con gestos expresivos y de asombro como es el de llevarse las manos a la cabeza, para transmitir su primera hipótesis: “Es como si en un acto involuntario Andreas Lubitz hubiera decidido destrozar el avión”. El fiscal omite en todo momento la palabra suicidio.

Las labores del equipo de rescate y de investigación se desarrrollan en un escenario muy adverso. La acogida por parte de los voluntarios, y traductores de los familiares de las víctimas, y el apoyo permanente del personal médico de psicólogos, han sido factores más que decisivos, para asumir el dolor del impacto emocional, y avanzar en los primeros resultados. Las primeras interpretaciones obtenidas son coincidentes con las posteriores pesquisas realizadas, pero esto no implica que a fecha de hoy sean concluyentes. “Todas las hipótesis siguen abiertas”, ha declarado el responsable de la investigación. Incluidas las de un posible fallo mecánico.

Quedan aún muchas dudas, y horas de trabajo. El análisis de los restos del copiloto, y el hallazgo de la segunda caja negra, supondrán sin duda un importante avance en la investigación. Existen mientras tanto otro tipo de cuestiones médicas, laborales, familiares y personales que irán aportando más luz al caso. ¿Pudo Lubitz al verse solo padecer un bloqueo psicológico o una crisis de pánico que llegara a inmovilizarle? ¿Cuál era el grado de visión que tenía el piloto en el momento del accidente, como consecuencia de sus problemas de retina? ¿Tenía pautado el tratamiento psiquiátrico más adecuado a su enfermedad? ¿Debió de informar el psiquiatra de Lubitz a la compañía aérea de sus antecedentes médicos? ¿Cómo era la relación de su empresa y de sus compañeros con el piloto? ¿Eran conocedores sus familiares y ex parejas de sus problemas psicológicos, como así se desprende? ¿Por qué encubrieron estos datos a la compañía aérea, sabiendo la responsabilidad que tenía asignada? ¿Influyó la noticia del reciente embarazo y finalización de la relación con su novia? Si lo que buscaba Lubitz era el suicidio, ¿por qué no lo llevó a cabo solo en el aeroclub cercano a su domicilio?

Los daños causados por el posible homicidio involuntario son irreparables e inolvidables. La finalización de las investigaciones serán necesarias para dilucidar las causas y asumir de manera fulminante todas las responsabilidades y actualizar cuanto antes los protocolos actuales. La depresión es un síndrome caracterizado por una tristeza profunda, y por la inhibición de las funciones psíquicas. De ahí que el fiscal, Brice Robin, dedujera que fue un acto involuntario e irracional. Su única intención, añadió Brice, era destrozar el avión, sin causar daño a los pasajeros. El copiloto fue la primera víctima de la tragedia y de su enfermedad. Murió cumpliendo sus sueños, pilotando solo la cabina del avión. Como el capitán que sabía que nunca llegaría a ser debido de su inestabilidad emocional. La triste nube negra que posiblemente atravesó la mente de Lubitz, nos ha mojado a todos de tristeza. El tiempo irá secando nuestras lágrimas de rabia, impotencia y dolor.

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