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La construcción del primer Parador Nacional —el de Gredos— en los años 20 del siglo pasado, durante la dictadura del jerezano Miguel Primo de Rivera, podría considerarse como un hito en la historia del turismo español. Es verdad que ya a comienzos del siglo se había creado la Comisión Nacional de Turismo (1905), orientada más que nada a fomentar los tradicionales destinos turísticos de la aristocracia y la alta burguesía en la costa cantábrica, con la ciudad de San Sebastián como centro neurálgico, y su casino y balnearios como principales reclamos (precisamente en el balneario de Santa Águeda, en Mondragón, había sido asesinado durante su retiro vacacional el Presidente del Gobierno Antonio Cánovas del Castillo, en el verano de 1897). Pero fue en los prósperos años 20, con la irrupción del automóvil y la construcción y asfaltado de nuevas carreteras, cuando se empezó a fomentar el turismo en las demás regiones españolas, considerado ya como potencial fuente de riqueza y, también, de prestigio nacional, ya que era una manera de abrirnos al mundo y mostrar nuestro rico patrimonio histórico, artístico y natural. Así lo contemplaba en sus estatutos el Patronato Nacional de Turismo, creado an 1928.

Tras la Guerra Civil Franco también eligió San Sebastián como ciudad de veraneo, pero fue en los años 60, con la llegada del entonces joven Manuel Fraga Iribarne al Ministerio de Información y Turismo, cuando se emprendió una decidida campaña para fomentar el turismo por otras zonas de España, aprovechando el buen nivel de vida que empezaba a disfrutar la clase media europea, una vez superadas las penurias de la posguerra, y los precios competitivos que ofrecía aquella España tan pintoresca como atrasada. El Visit Spain de los carteles de posguerra fue sustituido por el inefable Spain is different, brillante eslogan, hay que reconocerlo. Si hasta entonces las clases dirigentes, los únicos con posibilidades de veranear, habían preferido el clima más fresco y húmedo del norte, en unos tiempos en los que la piel morena era aún señal de plebeyismo, ahora el moreno playero, frente al moreno albañil o agromán de quienes curraban al sol, pasó a ser señal de holgura económica y de buena vida, y fueron las costas del cálido y soleado Mediterráneo —principalmente la Costa Brava, Baleares y la Costa del Sol— las que primero y más se beneficiaron de la riada masiva de turistas dispuestos a tostarse al sol. Procedían principalmente de Europa, pero también del resto de España, donde la industrialización y el gran crecimiento económico de aquellos años permitió que se generalizaran las vacaciones pagadas y que se instituyera una paga extra en verano, que se hacía efectiva cada 18 de Julio, día del alzamiento militar que llevó a Franco al poder.

La apuesta del franquismo por el turismo inspiró campañas de lo más curiosas. Al inmenso patrimonio histórico y artístico, y a los atractivos naturales del país —principalmente el clima y las playas, pero también nuestras montañas—, había que añadir la hospitalidad y la simpatía de los españoles, que se pretendían proverbiales. A este respecto, y aunque el lema España es simpatía es posterior al franquismo, durante la dictadura en algunas ciudades costeras se estableció el Día del turista, como es el caso de Almería, donde ese día, según informaba el diario La Voz del Sur en su edición del 25 de agosto de 1964, se repartían gratuitamente entre los veraneantes frutas del país, tarjetas postales y folletos informativos. A nivel nacional se agasajaba, con gran despliegue informativo —como si de de la consecución de una medalla olímpica se tratase—, primero al “turista 1 millón”; luego, conforme el negocio crecía, al “turista dos millones y medio”, al "turista 10 millones", etc. También de La Voz del Sur (30 de agosto de 1964), recojo de manera sintetizada la siguiente noticia: “Todos los policías de Salou (Tarragona) han estado buscando a la señorita Diana Patricia Sneezun, de 15 años, que pasó por la frontera de La Junquera convirtiéndose en la turista 2.500.000. Una vez localizada dicha señorita inglesa, inmediatamente fue llevada junto con sus padres al Ayuntamiento donde se le entregó un ramo de flores. A la noche fue agasajada con una cena en un céntrico hotel, y se le formuló la invitación, a ella y a su familia, para pasar ocho días gratis en ese mismo hotel”.

Quién iba a imaginar en aquellos años del llamado desarrollismo que el turismo acabaría convirtiéndose en una de las principales fuentes de riqueza del país, pero también en un serio problema dado su carácter masivo, como sucede en Barcelona o en las Baleares, donde para combatir la masificación, que hace sumamente incómoda la vida cotidiana hasta el punto de generar protestas entre el vecindario, se empiezan a tomar medidas para desincentivarlo. O que en las atestadas costas mediterráneas clavar la sombrilla en primera línea de playa frente al mar iba a acabar convirtiéndose en un acto poco menos que heroico, casi como poner una pica en Flandes, motivo de disputas y de enfrentamientos entre veraneantes.

Afortunadamente en Cádiz, contra la masificación exagerada, contamos con un aliado natural infalible: el Levante. Bendito sea.

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