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Raúl Ruiz-Berdejo, secretario local del PCE.

El régimen está tocado. Las pruebas están al alcance de la vista. La caída en picado de la monarquía y el descenso de la confianza en las fuerzas que le han dado sustento son irreversibles. No deben extrañar los esfuerzos a la desesperada por apuntalar, deprisa y corriendo, el bipartidismo borbónico. Sin embargo, algo me dice que la reacción precipitada de las fuerzas del régimen no hace más que evidenciar su actual nerviosismo y acelerar su inevitable proceso de descomposición.

No hace falta ser especialmente perspicaz para ver que la abdicación de Juan Carlos I y la posterior coronación de Felipe de Borbón responden al mensaje enviado por la ciudadanía durante las pasadas elecciones europeas. No digo con esto que no se estuviese valorando antes la posibilidad de llevar a cabo el relevo generacional de la monarquía española, de lo que sí estoy convencido es de que el serio toque de atención recibido por las fuerzas políticas del régimen han precipitado los acontecimientos, antes de que sea demasiado tarde.

Sin embargo, en contra de lo que la prensa del régimen se empeña en defender, ese relevo llega tarde. En primer lugar porque, como demuestran las últimas encuestas del CIS, la valoración de la monarquía se encuentra en su mínimo histórico. Y en segundo lugar porque las prisas no son nunca buenas consejeras y, en este caso, han obligado al régimen a cerrar filas de forma tan sumamente descarada que apenas ha reparado en que, mientras lo hacía, estaba dejando al descubierto sus costuras.

“Lo llaman democracia y no lo es” o “PSOE, PP, la mierda es” son algunas de las consignas que más insistentemente se han repetido, en todos los rincones del Estado, durante los últimos tiempos. Son ideas simples que, poco a poco, han ido calando en el subconsciente colectivo. La reforma del artículo 135 de la Constitución Española, con la que el PSOE y el PP sacrificaban a nuestro pueblo para satisfacer a los mercados, evidenció la ausencia de una verdadera democracia y puso de manifiesto, lo que algunos llevábamos mucho tiempo defendiendo, que las diferentes caras del régimen se convierten en una cuando se trata de tomar decisiones de calado que afectan a alguno de los poderes a los que sirven.

Por eso creo que los últimos y precipitados movimientos del régimen no servirán para apuntalar su estructura. Al contrario, pueden terminar de dinamitarla. Porque, más allá de la coronación del nuevo monarca, algo que podríamos incluso considerar coyuntural, cuando el régimen haya vuelto a evidenciar su absoluta falta de respeto por la democracia, será irreversible el desgaste de los pilares que han sostenido hasta ahora su estructura.

De poco servirá que sigan escenificando la vieja farsa del poli bueno y el poli malo cuando el pueblo vuelva a comprobar cómo se dan la mano para conservar los privilegios de unos pocos sin escuchar siquiera la voluntad de su pueblo. Y no hablo sólo del PP y el PSOE. Hablo del régimen en su conjunto. E incluyo en él a otras fuerzas políticas, como UPyD, a la Iglesia, a la CEOE y hasta a los medios de comunicación, que han vuelto a dejar claro hasta dónde llega la pluralidad cuando se trata de garantizar la estabilidad del régimen en el que tan bien viven los millonarios a quienes pertenecen.

Claro que al hacerlo, el régimen ha dejado al descubierto su verdadero rostro. Cuando se perpetre esta nueva infamia, pocos podrán seguir creyendo, por ejemplo, que el PSOE está al servicio del pueblo. Si acaso algunos nostálgicos seguirán defendiendo eso de que es una fuerza de izquierdas, sin darse cuenta de que usan un instrumento equivocado para conquistar los objetivos que persiguen, como quien insiste en clavar puntillas con una brocha. Los medios tratarán de vendernos, una y otra vez, sus superficiales diferencias con el PP y el resto de actores del régimen. Será un intento desesperado por mantener en pie uno de los pilares en los que se asienta este edificio ruinoso. Pero será en balde frente a la evidencia de que, una vez más, a la hora de la verdad, estuvo de espaldas al pueblo.

Porque, que nadie se engañe, no es la república lo que nos están negando. Es el legítimo derecho del pueblo a expresarse respecto a la Jefatura de Estado. Lo justifican con una mayoría parlamentaria, cimentada en mentiras y promesas incumplidas, que no refleja el actual sentir de la población española, como demuestra el resultado de los últimos comicios. Pero este país está preñado de democracia. Es sólo cuestión de tiempo. Será en la calle, lejos de esos despachos en los que otros gestan la ignominia. Y el pueblo será partera de un futuro vestido de esperanza.

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