El problema de Podemos se llama neoliberalismo

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

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Muchas veces se teoriza que el neoliberalismo no es sólo un sistema económico sino que, sobre todo, es un sistema cultural que lo impregna todo. El neoliberalismo, que podríamos decir que es una radicalización del capitalismo clásico, está basado en la idea falsa de que podemos ser libres mientras nos empobrecen, a la vez que convierten en culpables de su mala fortuna económica a las víctimas de su maldad ideológica.

En lo cultural, el neoliberalismo se sustenta en la falta de racionalidad, en la absoluta dictadura de las emociones para desconectar el sentido crítico de la realidad, en la incapacidad de pensar en el futuro, en el desprecio a la estructuras que dan certidumbres, en el uso y abuso de las individualidades, en la confusión del espectáculo con información y cultura, en el rechazo a la pluralidad y en la exaltación de la diversidad.

Para el neoliberalismo puedes ser diverso, pero no plural. A esta fase del capitalismo, le gustan los gais musculados, blancos, ricos, que vivan en los barrios cool de las grandes ciudades, de ademanes que quepan en un escaparate de Inditex y que, a poder ser, voten opciones reaccionarias para blanquear a los partidos que han votado históricamente en contra de los derechos LGTB.

Si eres gai, con discurso emancipador, albañil de profesión y de barrio periférico, serás un animal incómodo y no tendrás cabida, por muy diverso que seas. Lo que incomoda al neoliberalismo es el pluralismo político, la capacidad de pensar distinto a como dicta el poder hegemónico, y no la diversidad, reducida ya en un eslogan comercial. Eres peligroso si rivalizas con el poder económico, no si tu máxima es que suba una drag a una cabalgata de Reyes Magos.

Otro de los síntomas culturales del neoliberalismo es el rechazo a lo anterior, a la historia, a los grandes relatos. En este sistema cultural que nos domina se da la circunstancia de que hay licenciados universitarios que abiertamente te confirman que no son aficionados a la lectura y cuya capacidad de expresión es la de un adolescente de 16 años. Yo he conocido diputados que me han admitido que no leen.

A esto hay que unirle las prisas y el desprecio a todo aquello que no es útil. De esta manera, las humanidades, que permiten comprender el mundo en su conjunto y trazar la línea que conecta el presente con la historia, son cada vez más rechazadas y minoritarias. En mi oficio, el periodismo, se han sustituido los periodistas que tenían cosas que decir por redactores que con una lista de 40 verbos en la pared construyen todas las realidades diarias que se dan. A menos capacidad crítica, mejor, más útiles son y menos en peligro ponen la libertad de prensa, que no es lo mismo que el derecho a la información.

El triunfo de este sistema cultural se refleja, curiosamente, en Podemos mejor que en ninguna otra organización política. Una formación que nació justamente para disputar el sentido común neoliberal y defender a todos los descarriados de esta fase del capitalismo, que funciona como un ventilador y expulsa a los márgenes a los trabajadores y también a los pequeños y medianos empresarios, es paradójicamente el espejo donde mejor se ve la inconsistencia del sistema cultural neoliberal.

Podemos nació con prisas, porque las había, pero por el camino, durante estos últimos cinco años, la formación morada ha rechazado crear organización y todas sus estrategias han estado puestas en la comunicación, en los hiperliderazgos, en el rechazo a las estructuras orgánicas y en el abandono de la formación de todo ese aluvión de gente que quería participar en Podemos sin saber todavía qué era Podemos.

Una de las áreas más importantes de los partidos de izquierdas clásicos era y es la formación. En Podemos, hay concejales que no saben todavía lo que es asistir a una jornada formativa donde algún experto les explique cómo se realizan unos presupuestos, cómo se redacta una moción, qué impuestos se pueden bonificar o subir en las ordenanzas municipales que se aprueban cada año en los municipios o cómo se leen los documentos en la maraña de la burocracia.

Luego está el mundo digital, que es donde básicamente se dirimen las diferencias en el seno de Podemos, por lo que el impulso, la irracionalidad, la falta de tacto y la ira triunfan sobre el análisis sosegado, la opinión meditada y el respeto y cariño en el trato a los compañeros de partido que, en el festival emocional de hiperventilación de las redes sociales, automáticamente se convierten en enemigos.

La estrategia irradiadora del errejonismo, que fue la corriente que diseñó la organización de la formación morada con la aquiescencia de Pablo Iglesias, no quiso darle ninguna entidad orgánica a los círculos porque priorizó construir una maquinaria electoral con la que pensaba que asaltarían los cielos en un abrir y cerrar de ojos.

A esto hay que sumarle un modelo organizativo donde en cada proceso interno siempre pierde una parte, que se termina yendo cabreada y abandona el proyecto al quedar excluida. Al neoliberalismo no le gusta el pluralismo, a Podemos tampoco.

Sea como fuere, el resultado es que la campaña de las elecciones municipales, más allá de Madrid y Barcelona, las han hecho criaturas con mucha voluntad pero nula formación, escasos recursos y en un ambiente protagonizado por amores y odios cruzados entre los militantes. A lo Sálvame Deluxe, que es el modelo gritón que inhumaniza al contrario y que triunfa en el debate interno de Podemos.

Podemos tiene que tener solución porque la hipótesis con la que nació hoy está más viva que nunca. La desigualdad, lejos de amainar, se ha cronificado, y el PSOE sigue negándose a enfrentarse al poder económico y al mayor problema que tiene España, que se llama desigualdad social y que tiene fuera del sistema ahora mismo a 12 millones de españoles.

Para que Podemos funcione, la solución pasa necesariamente por abandonar la lógica neoliberal con la que nació, arraigarse en los territorios, crear organización, estructuras y darle a sus militantes y simpatizantes certezas que vayan más allá de dar un ‘me gusta’ o un 'me enfada' en Facebook.

La primera tarea pasa por la pacificación interna, para lo que será preciso que todos cedan y renuncien a las culpas, y que sus miembros entiendan que el enfermo está muy grave y que, si no llevan a cabo eso tan teorizado y tan poco practicado como son los cuidados, la herramienta que nació para enfrentarse al sentido común neoliberal tiene su mayor debilidad en haberse movido con la lógica del sistema al que venían a desterrar.

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