El primer domingo de mayo

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

Cuando se acerca una celebración como la del día que conmemora la maternidad y a las mujeres que la hacen posible, los medios de comunicación nos trasladan un discurso uniforme para convencernos de lo grandilocuente de tal festividad. Los periódicos, los espacios radiofónicos y las pantallas de todo tipo se llenan de anuncios publicitarios que pretenden que nos decantemos por ese objeto perfecto, casi de culto, que puede verdaderamente ser proporcional al cariño y los cuidados que nuestras amorosas mamás nos brindan.

Por supuesto, la solución —el eureka definitivo, la piedra filosofal—, como en casi todas las diatribas que se plantean en el siglo XXI, se encuentra en el estante de un centro comercial. Un pañuelo (foulard, “pashmina” o esnobismos similares), unos pendientes, una pulsera, un infame colgante con forma de muñecote inocente (con falda o pantalón según sea la entrepierna del angelito), quizás un libro, las siempre socorridas flores o los bombones de gasolinera para los rezagados de última hora son algunas posibilidades de triunfo. No importa si nos decantamos por un aparatito tecnológico (para las mamis que están a la última), una original escapadita a un destino rural o una sesión de masajes, barros y aguas termales; lo fundamental es aparecer con algo entre las manos en la paella familiar del primer domingo de mayo. No se trata del precio. O sí, eso depende de la familia que a cada uno le haya tocado en suerte o desgracia. No se trata de cuánto tiempo dediquemos a elegir el producto en cuestión.

No nos engañemos. Se trata —y nunca fue de otro modo— de seguir la ruta del Dios contemporáneo: Nuestro Padre Jesús de El Corte Inglés. En definitiva, si hemos de medir en euros el amor que sentimos hacia nuestras madres, es procedente que haya un día concreto para hacerlo y es tranquilizador saber que los grandes almacenes tienen a todos los tipos de progenitoras contempladas. Pero ¿qué pasa cuando el estereotipo se adueña del mensaje? ¿A quién podemos denunciar los efectos de la imagen de la mami “todoterreno” que se sigue agobiando ante las manchas de fango y chocolate? ¿Cómo podemos rebelarnos contra campañas que bajo el eslogan: “Mamá, tú eres la mejor” (como ha hecho recientemente la empresa Carrefour) nos invitan a comprar a nuestra madre una aspiradora nueva?

Cuesta superar esos dictados convencionales. Cuesta batallar con el reflejo prototípico de la mujer anclada y supeditada a roles de género arcaicos y androcéntricos. El último spot de la banca “progre” ING Direct ya nos lo deja bastante claro: “Escucha Pablito, los niños de azul, las niñas de rosa…” mientras se ve en pantalla a un bebé al que la televisión se dirige para explicarle cómo es el mundo y qué significa ser hombre y ser mujer. Así vamos asimilando de forma acrítica comportamientos, patrones y valores que impiden que nos planteemos algo más allá.

Los chicos quieren ser héroes (lo más parecido hoy en día sería el futbolista de éxito, de esos de pelo engominado y músculos que delinean la camiseta), y las chicas quieren ser princesas, aunque sean princesas modernas que no tengan tan claro eso de que limpiar el castillo sea cosa suya; en eso parece que el que insiste es Carrefour. A pesar de ello, las princesas contestatarias del presente deben estar tranquilas porque para cuando en el futuro sean mamis al uso o superwomans sobradamente preparadas o las dos cosas, las divinidades del consumo siempre estarán ahí para dictaminar, cual oráculo posmoderno, el regalo perfecto que sus vástagos deberán hacerles cada primer domingo de mayo. Pero… ¿por qué no se lo ponemos un poco más difícil a esa deidad? ¿Y si nosotras nos colocamos fuera del estante? ¿Y si un día… nos atrevemos? 

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