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No todas las soluciones se hallan transitando por el carril de siempre. A veces, cada vez más veces, es necesario tomar un desvío y darle el esquinazo al neoliberalismo.

Tras el parón navideño, vuelvo a escribirte, abuela.

Después de la resaca del fin de año, comienza el 2018 lleno de buenos deseos. Aunque, como se encargó de recordarme un buen amigo: el año empieza con los mismos obstáculos con los que terminó el anterior. Reconociendo esta obviedad, y, seguramente, transida aún por el espíritu navideño, estoy convencida de que esto, lejos de desanimarnos, debe servir para redoblar nuestros esfuerzos. Porque está en nuestra mano, si no cambiar el mundo, sí al menos cambiar la pequeña parcela que habitamos para hacerla más humana, más justa, más solidaria. Y tenemos mucho poder para hacerlo, solo que, la mayoría de las veces, lo ignoramos.  

Con esta idea me fui a la cama ayer y, curiosamente, esta mañana me llega información de una experiencia que corrobora mi convencimiento: la Orquesta de Instrumentos Reciclados de Cateura.

Esta orquesta es una agrupación musical conformada por jóvenes y niños que viven en la comunidad que se asienta en torno al vertedero de Cateura, el más grande de Asunción, la capital de Paraguay. Un lugar sin demasiadas oportunidades; una comunidad cuyos habitantes se ganan la vida, en su mayoría, rebuscando entre la basura algo de valor. Y lo que hace tan especial a esta formación musical es que todos sus instrumentos están fabricados a partir basuras recicladas bajo la dirección del lutier y técnico ambiental, Favio Chávez. Bueno, tal vez no es eso lo que la hace tan especial, sino el hecho de que, a través de ella, niños y jóvenes en riesgo de exclusión social se integran en un proyecto que los empodera, mejora su autoestima y les brinda oportunidades personales y profesionales que les permiten creer en el futuro.

En la década de los noventa, Carlinhos Brown hizo algo similar en Salvador de Bahía. Este conocido percusionista, convencido de que la música le había salvado de acabar enredado en las drogas o muerto como muchos de sus amigos, quiso ayudar a los jóvenes de la comunidad de favelas de Candeal a escapar de la miseria y la violencia. Para ello creó una asociación y escuela de música, Pracatum, en la que se forman anualmente más de mil jóvenes. Esta experiencia fue llevada al cine por Fernando Trueba en El milagro de Candeal, un documental en el que se relata la transformación del barrio: de vivir del tráfico de drogas, ha pasado a ser una comunidad laboriosa, sin violencia y sin drogas gracias a la  construcción de un conservatorio de música, un centro de salud y un estudio donde graban músicos de todo el mundo atraídos por esta transformadora experiencia.

En España, se han realizado algunos proyectos similares en un par de escuelas del barrio del Pozo del Tío Raimundo y en un centro de acogida de menores de Pozuelo de Alarcón, ambas, zonas deprimidas y con un alto nivel de delincuencia. Los jóvenes que participan en estos proyectos, como los de Cateura o Candeal, aprenden música con instrumentos hechos de desechos reutilizables y, sobre todo, aprenden que hay alternativas a la exclusión social.

Todas estas experiencias demuestran que es posible cambiar las cosas. Para ello, solo hace falta iniciativa y capacidad para sumar los esfuerzos individuales. No todas las soluciones se hallan transitando por el carril de siempre. A veces, cada vez más veces, es necesario tomar un desvío y darle el esquinazo al neoliberalismo que nos insiste en que no hay salida al margen de él. El poder de lo pequeño es inmenso. Merece la pena intentarlo, merece la pena aunar voluntades de cambio para dar una segunda oportunidad a las cosas y, sobre todo, a las personas. Porque como decía Helen Keller: "Solos podemos muy poco, juntos podemos hacer mucho".

Feliz y solidario año nuevo.

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