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La foto dio la vuelta al mundo, y, muy posiblemente, ayudó a acelerar el final de la guerra de Vietnam con la ola de horror que provocó en la Opinión Pública Internacional.

Es famosa la foto tomada por el fotógrafo Nick Ut el 8 de junio de 1972 en la población vietnamita de Trang Bang, en plena guerra. La aviación survietnamita, en coordinación con el mando estadounidense, había bombardeado con napalm la zona. Una niña de nueve años, Kim Phuc, resultó gravemente quemada, y corrió fuera de la población junto con otros miembros de su familia quitándose los restos de su ropa en llamas. El fotógrafo captó ese momento de dolor y llanto de la niña. La foto dio la vuelta al mundo, y, muy posiblemente, ayudó a acelerar el final de la guerra de vietnam con la ola de horror que provocó en la opinión pública internacional.

Para lo bueno y para lo malo vivimos en un mundo globalizado. Entre los distintos actores que intervienen en él se encuentra, precisamente, la llamada opinión pública internacional. Es un actor ciertamente difuso y, desde luego, muy plural, con unas diferencias culturales y socioeconómicas considerables. Aunque se forma a partir de las opiniones públicas nacionales, su agregación parece tener un efecto sinérgico que hace que el todo sea mayor que la suma de las partes por separado.

El episodio de mayor calado en el que la opinión pública internacional demostró su fuerza fue la ola de protesta suscitada por la inminente guerra en Irak en el invierno de 2003. Aunque finalmente no se pudo parar la guerra, que fue prácticamente declarada el 16 de marzo de ese año en las islas Azores (no olviden la foto de Bush, Blair y Aznar), quedó patente su poder de convocatoria.

Es seguro que desde estos episodios, los líderes mundiales tienen escrito en sus manuales de gobierno que no se puede obviar la opinión pública internacional, bajo riesgo de ser barridos de las instituciones que gobiernan. Pero, sin embargo, no es fácil de predecir el momento en el que se desencadenará la ola de simpatía por una causa, como pudo ser el “No a la guerra”. Lo cierto es que, en un mundo globalizado, las imágenes se tornan poderosas. Una simple imagen puede ser vista por la mayoría de la población mundial gracias a la capacidad de difusión de los medios de comunicación, incluida Internet. Esas imágenes pueden provocar una sensación de rechazo por el dolor ajeno. Pero llega un punto en el que la sensación de dolor ajeno que provocan se hace insoportable para la opinión pública. Entonces se desata la ola. Eso es lo que ha pasado con la foto del pequeño Aylan. No sé qué mecanismo demoscópico se pone en marcha. Pero en cuestión de horas los gobiernos cambian su política respecto al reto que supone esta ola de inmigrantes. Lo que ayer era un problema insalvable (aceptar más de 2.500 inmigrantes en España), parece desvanecerse para anunciar la acogida de casi 15.000 personas. Como si de un efecto dominó se tratara se extiende por todos los países y todas las sociedades. Es la victoria de la opinión pública internacional. Lo que no han conseguido el cuarto de millón de muertos de la guerra en Siria lo ha conseguido la muerte de un niño inocente.

Pero que no cunda el pánico. El poder de las imágenes es enorme, pero pasajero. En esta sociedad de consumo en la que vivimos, las noticias, las imágenes, se consumen a una velocidad casi supersónica. Después de un tiempo el problema de los refugiados competirá con otros y decaerá el interés en el mismo. Probablemente sobreviva mientras subsista el problema, pero perderá el primer puesto en favor de otros. Así somos. Sin remedio.

Juan Antonio Cabello Torres Licenciado en Ciencias Empresariales.

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