c09csq6weaa6yq6.jpg
c09csq6weaa6yq6.jpg

Proclaman orgullosos que sólo dan comida a los españoles, como si el hambre entendiera de nacionalidades.

Saben que nunca verán la muerte de frente, que no sentirán su aliento frío antes de tiempo pese a que el reloj y la vida no marquen la hora de partida. Se atreven porque no huirán de una guerra, no cruzarán el mar en mitad de la oscuridad de una madrugada, ni escucharán el estruendo de las bombas mientras cobijan en la noche a un hijo bajo los brazos. Jamás esperarán en la humedad del monte, con los pasos secos y resonantes de la Gendarmería clavados en los oídos. Sus manos no se aferrarán a las puntas afiladas de las concertinas, ni rasgarán sus cuerpos a jirones para cruzar la valla que conduzca a otro continente. Por eso. Solo por eso proclaman el cierre de fronteras a quien huye de los escombros y la miseria. Sólo por eso acusan al refugiado de terrorista.

En el corazón de La Viña, Acción Social, un grupo de extrema derecha, abre una sede. En las entrañas de un barrio tolerante y altruista, donde la Petróleo y la Salvaora dijeron aquello de “ni mujer ni hombre, nosotras somos artistas”. Y así se les conoció desde entonces. Proclaman orgullosos que sólo dan comida a los españoles, como si el hambre entendiera de nacionalidades. Salvapatrias, pijos resentidos que apelan a la raíces y hablan en su ignorancia de preservar la identidad. No saben, no quieren entender, que la identidad, como la personalidad, es evolutiva. No puede encerrarse ni estancarse. Se encuentra llena de influencias, se alimenta y enriquece de otras culturas y costumbres. Nunca se detiene, siempre crece, por mucho que los analfabetos endogámicos quieran encarcelarla en un baúl de cadenas y candados. Fanatismo irracional.

El racismo no se cura viajando o leyendo. No hace falta, basta con un poco de sentido común. La xenofobia y la intolerancia no deben tener cabida en ninguna sociedad. Por ello, se trata de una irresponsabilidad calificar de radicales tanto a los fascistas como a quien los combate. Los primeros importan odio, los segundos quieren erradicarlo. Existe un abismo de diferencia, que debemos cuidar sin caer en tópicos triviales ni intereses de cabeceras en los medios de comunicación.

“Yo tengo miedo. Tengo miedo de una cosa, de que en nuestra vida el miedo ocupe el lugar del amor”, escribió la Novel Svetlana Aleksiévich. Y ese miedo es la sombra de quienes por silencio se convierten en cómplices del que cierra la puerta al extranjero por el tono de su piel. Tiene la forma de quien se cree con más derechos por nacer en un lugar. O quienes distinguen entre los estómagos al repartir alimentos para saciar las necesidades. Pero sobre todo, ese miedo lleva el olor rancio de los prejuicios a la pluralidad de pensamientos y credos.

Por eso no encajan. Ni en La Viña ni en el mundo. Menos aquí, donde el sol tostó tanto los rostros que el negro y el blanco hace siglos que no se diferencian. Donde la hambruna se espanta con una alegría que arrincona cualquier inquina. No son patriotas, sino nazis. Se alimentan de temor y fobia. Y qué duda cabe: se han equivocado de sitio.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído