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Luis Miguel Garrido, biólogo y miembro de Podemos Jerez

Me gustaría hacer pública una reflexión de ayer mismo, a ver si los lectores aportan sus pensamientos respecto al tema de la salud pública mundial, entendida como un todo que incluye tanto nuestra salud, como la del resto de seres vivos y de nuestro planeta Tierra.

En las últimas semanas hemos asistido a una casi constante lluvia de noticias referidas a la epidemia de virus del ébola, con portadas en casi todos los medios de comunicación y tema de debate principal de muchas tertulias televisivas y radiofónicas. Además, en mi caso, hace unos días vi la película Amor y otras drogas, que saca a la luz el asqueroso negocio de las farmacéuticas, con su falta de ética a la hora de hacer investigación y negocio, aprovechándose del miedo colectivo de la gente y sin importarles lo más mínimo su calidad de vida. Pero aunque la película se centra en la realidad estadounidense, España y el resto de Europa no distan mucho de aquella, como hemos podido comprobar con el anuncio de una empresa radicada en Jerez, de su supuesta capacidad para poder producir en 24 meses una protección eficaz contra el ébola. Noticia desmentida por ellos mismos, sólo 24 horas después. ¿Error de un directivo impulsivo o estrategia de marketing?

Pero volviendo a EEUU, ahora parece ser que el suero experimental ZMapp ha salvado la vida del médico estadounidense Kent Blantly, al que empezaron a tratar el 3 de agosto y ya han dado el alta. Una recuperación milagrosa y muy rápida, a pesar de la virulencia de esta enfermedad y de su alta tasa de mortalidad. De ser cierta su eficacia, EEUU tendría una oportunidad de oro para redimir sus pecados por todo el mundo, enviando el suero a los países origen de la epidemia y salvando la vida de miles de personas, tal vez millones.

Sin embargo, la impresión que me da es que dicha “vacuna” no está aún preparada y lo que ha ocurrido es lo que dijeron los especialistas a la llegada del paciente... “Tenemos que mantener al paciente vivo lo suficiente como para que el cuerpo controle la infección”. Vamos, que el señor Brantly es un hombre joven y fuerte, que ha tenido a todo un equipo médico a su lado y que la suerte le ha acompañado. Bueno, también se me ocurren hipótesis más extrañas, como que una farmacéutica interesada haya pagado todo a cambio de poder experimentar su suero probado ya en animales con humanos que se presten a ello. Lo cierto es que la historia me resulta un tanto extraña, tanto por el modus operandi como por los espectaculares resultados.

Por otro lado está el tema de las patentes, que representan lo mismo en todos los países, pero que no se ejecutan igual. ¿Es justo que un laboratorio con parte de financiación pública desarrolle un medicamento y se quede la patente? ¿No debería ser la salud pública mundial una cuestión innegociable para cualquier Estado? Si un Ayuntamiento como el nuestro facilita la llegada de laboratorios farmacéuticos con reducciones fiscales, cesión de suelo y/o edificios y publicidad gratuita, ¿no debería pedir a cambio que parte de los logros conseguidos redunden en una mejora de la salud de la población? ¿Es ético que un medicamento cueste tres euros fabricarlo y se venda por más de 600, como en el caso de la hepatitis C?

También hay que recordar que la inmensa mayoría de empresas farmacéuticas tienen su central en paraísos fiscales como Suiza, por algo será. Que experimentan de forma encubierta en países del tercer mundo, por algo será. Que ningún país ha conseguido que eliminen el maltrato animal en sus procesos de experimentación, por algo será. Que en España (y en otros países) casi todos los gobiernos prometieron en sus programas reducir el gasto farmacéutico y ninguno lo ha cumplido hasta ahora, por algo será. En definitiva, que la salud es pieza clave para cualquier Gobierno, pues se lleva un buen pellizco de la partida presupuestaria del Estado y eso atrae a cualquier empresa sin escrúpulos, capaz de sobornar al político que se atreva a rebajar ese gasto farmacéutico público.

Por otro lado, cabe hablar de esos productos alternativos que unos pocos afirman que ayudan a curar, pero a los que ningún gobierno ha dedicado nunca la menor atención o, si lo han hecho, es para prohibir su fabricación. Como el dióxido de cloro, un desinfectante eficaz, barato y fácil de fabricar, que además tiene pocas contraindicaciones. Como la estevia o planta de los diabéticos, que estudiosos en todo el mundo dicen que con sólo consumir sus hojas frescas podría curar la diabetes o como el grupo de plantas que regulan la hipertensión... Acebo, avellano, espino blanco, limón, lima, hibiscus. En definitiva, alternativas naturales, de autoconsumo y baratas, con las que estas empresas no tendrían cuota de mercado.

Y por último, me gustaría hablar de la salud del planeta, enlazando con lo que acabo de escribir, porque la sobreexplotación de nuestros bosques vírgenes o su completa eliminación o la contaminación de los océanos, hacen que nuestras oportunidades de encontrar remedios eficaces contra las nuevas enfermedades sean cada vez más bajas y eso dificultará que nuestra civilización tenga un futuro digno en este planeta. ¿Saben los ciudadanos de a pie que los restos de fármacos que eliminamos por la orina llegan a nuestros ríos y océanos? ¿Saben que algunos de estos fármacos están afectando a determinadas especies y provocando cambios de sexo en algunos peces y malformaciones varias? Además, el expolio de animales y plantas silvestres para experimentación es un tema tabú, del que siempre “se ocupan” que no tengamos suficiente información. Somos una especie que ha llegado a la categoría de plaga, pues allá por donde vamos arrasamos con casi todo.

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