El milagro de Essaouira

No duerme para no despertar este sueño viviente hecho realidad donde las penas de los pueblos se cantan y se danzan para que nadie las eche en el olvido

Essaouira, en una imagen de archivo
Essaouira, en una imagen de archivo

Mogador la llamaban en los tiempos de los esclavos. Ahora podría tener cualquier nombre...el primero que se le venga a la cabeza porque en Essaouira todo cabe.

Pintores moros ensayando el impresionismo en pequeñísimos estudios sin salida al mar, italianos cuarentones encalando las paredes de sus casas recién adquiridas en una agencia en Torino, vascas vendiendo ropa de surf, franceses tomando té moruno sin azúcar, gaviotas andaluzas de paso, alemanas dorando sus dedos en aceite de Argán. Pero todo este enjambre sin urgencia. Sin peso. Sin falta.

Y más si cabe durante su aclamado festival de músicas del mundo donde se mezclan los vientos norteafricanos con las fatigas de la Andalucía, la electricidad del jazz menos matemático y lo más negro del blues.

Se ven rastas, caras de otros tiempos que urgen recuperar, gitanas y gachós, tatuajes realizados por las manos de verdaderos brujos tribales, cubanas de caña y miel, guitarras de palo santo y djembes.

Gatos sin hambre. Peces sin frío. Todo muy humano. Todo como debería de ser.

Por la tarde sus recuperadas murallas no dejan escapar -salvo ya muy de madrugada- las voces de los hombres azules. Son los mismos que hace treinta años se vieron obligados a subir a los escenarios de media África -con un kalashnikov y un pandero de tripa de cordero- para pedir el fin de las guerras y del hambre.

Essaouira, la bien hecha, no duerme durante estos días. No duerme para no despertar este sueño viviente hecho realidad donde las penas de los pueblos se cantan y se danzan para que nadie las eche en el olvido. Para que no vuelvan a repetirse.

En el sur de Marruecos, amigo mío, nuestra música va más rápida me contó en su musicado francés. Serán los vientos dije sin pensar a Nordin. Lo es todo. En el centro, los ritmos son más lentos y me tatareó una cadena de sonidos imposibles que no paraban de repetirse. Parecía el ruido de una máquina perfecta que el hombre todavía no había conseguido fabricar.

En lo que tarda un café... Nordin me fue desvelando los números ocultos de su música. Lo hizo sin ese ánimo de conquista y arrogancia que tienen los pueblos que se creen superiores a otros pueblos. Notre nord est votre sud me dijo con una enorme sonrisa en la cara. Feliz de que fuera así.

Essaouira, en una foto de archivo

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