El malismo de Albert Rivera

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

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El Max Factor de la derecha extrema española se ha ido a Ceuta a abrazar a guardias civiles y policías nacionales que hacen servicio en la valla de la ciudad autónoma. Él, ni de izquierdas ni de derechas, que no ve trabajadores ni empresarios, que sólo ve españoles y que caza al vuelo a los inmigrantes, se ha ido a criticar el “buenismo” de Pedro Sánchez que no lleva ni un mes al frente del Gobierno de España. Pablo Iglesias se ha librado porque está cuidando a sus mellizos.

Antes de ir a Ceuta, el presidenciable venido a menos, ha estado dándose un bañito en las playas gaditanas, en el complejo turístico de la jet-set de Sancti Petri, donde no hay ni empresarios ni trabajadores, ni pobres ni ricos, ni camareros ni cocineros, sólo españoles. Como el más despreciable de los ultraderechistas que destruyeron Europa en el siglo XX con los discursos extranjerizantes que desprenden odio hacia minorías estigmatizadas, el líder de Ciudadanos ha cogido su ferry desde Tarifa y ha llegado a Ceuta a defender a la nación española después de estar varios días de descanso en la playa.

Albert Rivera, el Primo de Rivera, podría haber convocado a los medios de comunicación en Chiclana de la Frontera, localidad gaditana a la que pertenece el hotel donde se ha hospedado, municipio que seguro no ha pisado porque hay pobres, muchos, no como en el resort de Santi Petri, donde sólo hay españoles.

Podría haber convocado a los medios de comunicación en Chiclana para denunciar los niveles de paro, desigualdad y pobreza que sufre la provincia de Cádiz y Andalucía; para proponer un modelo alternativo al sistema económico que condena a la periferia a ser la sirvienta de los centros industrializados; podría haberse ido a Algeciras a abrazar a madres y padres de familia que dejan sus quehaceres, su familia y su ocio para irse a pie de playa a darle cobijo a criaturas que vienen en pateras huyendo de guerras, hambrunas y regímenes políticos tiranizantes.

Sin embargo, el aspirante a Marine Le Pen español, que anda preocupado porque le ha salido un competidor en el PP, de su mismo corte, su misma edad, idénticas hechuras y similar soberbia, ha salido bronceado de la playa y se ha dado una duchita, se ha quitado las bermudas y se ha plantado el traje de hombre de bien para irse a Ceuta a culpar a los inmigrantes de todos los males que sufren los españoles.

El valiente de Albert Rivera ha ido a Ceuta a lanzar un mensaje malista a las criaturas que huyen de la pobreza y de las guerras que han provocado los anarcocapitalistas como él. Mientras cientos de personas se juegan la vida en una lancha en el Mediterráneo, Albert Rivera se ha ido a abrazar a policías y guardias civiles y defender que pongan más alta la valla para que no pase ni Dios.

Un Donald Trump vestido de Massimo Dutti, un ultranacionalista travestido de constitucionalista, un ultraderechista con más marketing que corazón que es capaz de plantarse delante de un grupo de inmigrantes, que lo han perdido todo por vivir y que a lo máximo que podrán aspirar es a ser explotados en la recogida de la fresa, debajo de unos invernaderos, a que los detengan con tres discos piratas encima de una manta y los lleven dos años presos por su color de piel y ser pobres de solemnidad. Encima deberán dar las gracias si los mandan a prisión sin una paliza de los grupos neonazis que se refuerzan con los discursos falsos, sin datos, viscerales y de odio del Primo de Rivera.

Qué lejos queda aquel Albert Rivera que parecía de centro, que intentaba incluso engañarnos con que era socialdemócrata y que decía que venía a regenerar España y a evitar que los catalanes dividieran España con una frontera. Ahora ya es él en todo su esplendor, con todo su malismo y el mismo discurso de odio contra la gente sencilla de la ultraderecha europea, que echan a pelear a los que no tienen nada contra los que tienen poco, para que los que tienen mucho sigan acumulando beneficios mientras los pobres se pelean por las migajas del capitalismo.

No hay más inmigrantes que años anteriores. No son grupos organizados que vengan a pegar palizas a la Guardia Civil. No vivimos una oleada de inmigración. No nos están invadiendo. Los inmigrantes no reciben ayudas sociales ni viviendas. Lo único que ocurre es que la derecha sabe que el discurso racista le permite rascar votos en zonas donde no serían capaces ni de entrar si hablaran del modelo de sanidad, de educación y de servicios sociales para los españoles que defienden.

Albert Rivera es un líder de ultraderecha con marketing y mucho maquillaje Max Factor, pero con el mismo lenguaje totalitario, antidemocrático y ultranacionalista que quienes hicieron cenizas este continente, señalando como enemigos a grupos sociales contra los que creaban pánico moral. Si Albert Rivera fuese europeísta, y no un cutre nacionalista español con exceso de maquillaje, hubiera leído a Stefan Zweig, a Primo Levi o a Joseph Roth y sabría el daño que hicieron los discursos malistas como el suyo hace media hora en el reloj de la Historia de Europa.

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