house-of-cards-temporada-2-kevin-spacey-robin-wright-slider.jpg
house-of-cards-temporada-2-kevin-spacey-robin-wright-slider.jpg

Homo homini lupus, que decía Hobbes, o el hombre es un lobo para el hombre, que decimos los que no hemos escrito el Leviatán.

Había una vez una loba que tenía cinco hijitos, cinco apéndices de sí misma a los que amamantaba, criaba, daba leche y sostenía. Siempre nos pareció bien. Incluso resultó más fácil aprender el nombre de los dedos con esa canción. Lo entendíamos, lo entonábamos y movíamos la manita al compás de la tonadilla. Sin más. El lobito es entonces inofensivo, no altera el orden ni nada en él resulta inconveniente. Procede como se espera de su especie… y luego crece. Cuando se transforma en adulto, también actúa como esperamos. Homo homini lupus, que decía Hobbes, o el hombre es un lobo para el hombre, que decimos los que no hemos escrito el Leviatán.

Comportarse como un lobo no suele tener pues muy buena prensa, a menos que se trate de Dicaprio en la jungla de Wall Street, de Hugh Jackman en una versión fílmica de la Marvel, o de la pareja de baile del teniente John J. Dunbar. Fuera del celuloide, los lobos no están bien vistos, especialmente en lo que respecta a su relación con los humanos. Son tenidos por temibles depredadores que se ocultan entre los matorrales y acechan en la penumbra. En el mundo real, existen múltiples amenazas visibles y otras que, como los lobos, se deslizan sigilosamente en el bosque. Una de esas sombras perniciosas guarda gran relación fonética con el canis lupus. Sabemos de su existencia, hemos leído sobre ello pero creemos que es algo ajeno. Como los lobos, viven agazapados esperando su momento, advirtiendo la ocasión más idónea para lanzarse sobre la presa, que no es sino el humano. A estos otros fieros carnívoros se los conoce como lobbies o grupos de presión.

Apretar, comprimir, forzar, coaccionar… todos estos términos tienen dos cosas en común: que implican el efecto de presionar y que expresan lo contrario a la libertad. Aunque parezca muy simple, estamos ante una relación que se obvia con demasiada frecuencia en Occidente. En medio de un mundo desarrollado, avanzado, democrático… —y un montón de sinónimos políticamente correctos de esos que quedan tan bien en las declaraciones transnacionales de intenciones— tenemos una falsa creencia de empoderamiento auspiciada en el modelo neoliberal. Llevamos demasiado tiempo soslayando el verdadero poder de estos grupos de presión, que van desde las grandes empresas hasta minúsculas asociaciones y que tienen en común su capacidad de acción sobre los poderes políticos nacionales e internacionales. Toman decisiones en la trastienda y van mucho más allá de una paranoia recurrente. Existen y mueven tanto los hilos como al propio titiritero.

En estos meses estamos recibiendo a cuentagotas algunas noticias sobre la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión —TTIP, en sus siglas en inglés—, un macroacuerdo comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea que goza del beneplácito de las grandes multinacionales porque les allana el camino para campar a sus anchas de manera intercontinental. La falta de regulación en el libre comercio seduce tanto a estas corporaciones como un pedazo de carne fresca al lobo más esquivo. Una de las implicadas en ello es la boyante industria farmacéutica, la cual está presionando activa y económicamente para que se selle el polémico tratado. Según el Observatorio Corporativo Europeo, solo en 2014 las principales empresas del sector invirtieron unos 40 millones de euros en acciones de lobby —para, entre otros honrosos propósitos, decantar la balanza parlamentaria hacia el sí al TTIP—, 15 veces más de lo que invirtieron las organizaciones civiles en defensa de la sanidad pública o de la mejora en el acceso universal a fármacos. ¿Serían los lobos capaces de hacer esto?

En 1990, la BBC produjo una miniserie bajo el título de “House of cards” que profundizaba ya sin tapujos en este sórdido mundo. Los americanos retomaron el testigo en 2013 a través de la cadena Netflix con una serie de idéntico título en la que los políticos de la Casa Blanca conviven a diario con los lobistas que pululan por los pasillos y despachos del Congreso. Con naturalidad y sin sonrojo, los emisarios de los lobbies financieros negocian, presionan y “aconsejan” a los representantes de la “libertad política” —no sé si las comillas logran reflejar el sarcasmo en toda su plenitud— la decisión más correcta. Menos mal que solo se trata de una ficción televisiva, aunque alguien debería haberle advertido a Hobbes que el lobo es un hombre para el lobo.

 

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído