No es mi intención hacer una crítica a una fiesta, manifestación al fin, de una cultura popular, pero también transmisora de una idea sociedad y de unos modelos de referencia. No es ese mi propósito porque caería en las inexactitudes, y la falta de honradez, al no tener conocimiento directo de ella.
Viena a colación esta reflexión, porque viendo en la televisión el último encierro de San Fermín, me percaté de algo, que si bien llevo contemplando toda la vida, su normalización, me había impedido reflexionar sobre ello hasta ese día. El hecho fue, observar que en los encierros solo había corredores, y ni una sola corredora.
No voy a opinar en esta ocasión sobre el posible machismo o no de la fiesta, ni de las agresiones sexistas, que las hay, donde solo culpabilizamos a la mujer, por enseñar los pechos, por beber de más, y al que abusa, siempre hombre, le buscamos alguna justificación. Pero no son estas razones, las que me mueven en esta ocasión a escribir sobre lo que vi.
Me llamó la atención el hecho de que solo fuesen hombres, los actores protagonistas de los encierros. Hombres venidos de todas partes del mundo, los que por esa necesidad masculina que tenemos de demostrar y demostrarnos constantemente nuestra hombría, valentía, competitividad, y violencia, ponen en juego su vida, en una carrera que apenas dura un instante, o una eternidad.
Y eso me hizo pensar en el por qué las mujeres no participan en los encierros, por qué no son corredoras, por qué no demuestran su valía, o liberan su adrenalina en una fiesta de participación tan popular. Me pregunté si existirá una prohibición formal que lo impida, pero pensé que no, que las razones no estaban ahí. Que si bien es cierto, que hay una negativa tácita, cultural y machista, y que el patriarcado no ve con buenos ojos la posibilidad de mujeres corredoras, haciendo lo imposible por impedirlo, no es esa la razón que justifica su ausencia en las carreras.
Mi opinión, es clara, porque que la causa de la inexistencia de mujeres en los encierros hay que buscarla, y son la consecuencia, de una forma de entender la vida, de un modelo competitivo, violento, viril, y en definitiva masculino, al que respondemos los hombres, y con el que las mujeres no se sienten cómodas, ni identificadas.
Y sé que en esta ocasión, podemos pensar que estamos hablando solo de una fiesta popular, que es seguida por millones de hombres, y de mujeres, y que no hay porque que darle transcendencia al hecho de que sean solo hombres los corredores, y al modelo de hombre que de ella se desprende.
Pero la importancia no se sitúa en la carrera en sí, sino en la pedagogía que de la misma hacemos, y que se extiende a toda la sociedad, de lo que entendemos que ha de ser un hombre, y las cualidades que le exigimos, y por las que lo valoraremos socialmente.
Del lugar que le corresponde al hombre, y el que asignamos a la mujer. Del mensaje oculto que trasmitimos a las mujeres, sobre qué es lo que deben y no deben de hacer, para lo que sirven y no, en un mundo donde el hombre sigue siendo el que pone y quita reglas, distribuye y ocupa los espacios.
Y esto no solo se lo decimos a los presentes, sino también a los futuros; jóvenes que se seguirán educando y teniendo como referente un modelo de masculinidad perverso, que hace mucho daño a la mujer, y también al propio hombre. Un modelo que muchos hombres creemos necesario e imprescindible cambiar, y de ahí el porqué algunos como yo, estemos modestamente empeñados en ello, y demos tanta importancia a estos detalles, que para nosotros no lo son.
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