Un hombre consulta su móvil, en días pasados en Sevilla. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO (www.joseluistirado.es)
Un hombre consulta su móvil, en días pasados en Sevilla. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO (www.joseluistirado.es)

Sin duda, cuando uno se va acercando al ecuador de la vida se va dando cuenta de que las palabras amistad y tiempo adquieren otro valor. Una percepción de ambas que pueden hasta angustiarte, pero que quedan ya filtradas con otro poso. Les pasa como al vino que con el tiempo se vuelve más elegante y selecto. No voy a descubrir la pólvora si digo que vivimos tiempos donde de una manera muy hábil y con una estrategia sibilina la derecha le está dando la vuelta a conceptos como libertad, tolerancia, derecho a manifestarse...

Y es que siempre han sido más astutos para aunar a sus partidarios: hemos de reconocerlo. Lo mismo que esa iglesia católica que ha puesto la duda en los ciudadanos mediante el gancho ineludible del arte y lo que transmite a los sentidos. A la derecha le pasa igual con la tergiversación del lenguaje y de la historia. Ya saben, eso de los vencedores y los vencidos y lo dócil que es el papel cuando una pluma lo mancha de negro.

No me digan que no es gracioso ver cantando himnos revolucionarios de la Italia antifascista a un pijo del barrio de Salamanca que cuando llega a casa, cuelga el abrigo de más 300 euros, ve la foto de su padre con Arias Navarro, se abre un Rioja de calidad creyendo haber hecho la revolución. Vamos, que en dos minutos, como siempre han hecho, por cierto, para legitimar la violencia en contra del “desorden y el caos”, toman las riendas de la responsabilidad moral para salvar al país, y a esa parte que no quiere trabajar. Basando su triunfo en la meritocracia y humillando a gente sin alma que sólo quiere parasitarlos y vivir del cuento, así piensan.

Pero volviendo al tema de la amistad y desde la tomadura de pelo de tener que aguantar a alguien porque si no lo haces eres un intolerante, se está imponiendo un mantra peligroso: tolera a todo el mundo aunque sus ideas sean distintas a las tuyas. Que visto así, parece una frase sin posibilidad de debatir. Pero es entonces cuando uno se realiza algunas preguntas, como dije antes, cuando ve que su tiempo vital expira con mayor rapidez, nos importa menos el qué dirán y el crecimiento personal nos pone filtros que antes no teníamos. Esas tragaderas que tenías por el miedo y la inseguridad han desaparecido.

Tomar un café con alguien por muy gracioso que sea o que pueda recomendarte la película más entretenida y las anécdotas más reconfortante de la infancia ya me es imposible, si habiéndose criado a base de subvenciones, coberturas sociales, becas, pensiones no contributivas y ayudas de la asistenta social, ya en su madurez, no defiende que a los que están en la miseria se les dé una renta mínima para que no sean humillados o que un empresario los tome por un esclavo, manteniendo una oferta y una demanda laboral casi medieval. 

No puedo tomarme ya una cerveza con alguien que cobra menos de mil euros y dice con vehemencia que robarles más impuestos a los ricos, como se hace en Europa, por cierto, es una locura. Y como estos ejemplos podría poner mil. Y no es cuestión de sacarlos de tu vida. El cariño que se forja en la infancia con ciertos individuos es un pegamento irracional, ese que da para que al recordarlo te dé un pellizquito en las tripas. Pero el tiempo, queridos lectores, ay, el tiempo, el tiempo es oro. Y más ahora que tenemos en casa, si te lo puedes permitir, todo el ocio del mundo en el mando a distancia.

Intolerante, soberbio, excluyente, altivo, selectivo… Enumeren todos los adjetivos que desde el otro que se siente excluido sin tu atención puedan etiquetarle. Lo siento mucho, querido amigo, con mano izquierda y con firmeza ya no entras en mis planes. Y siempre con propósito de enmienda por mejorar y ser receptivos, una cosa no quita la otra. Te daría un litro de sangre, compartiremos por la inercia de la vida lugares comunes, pero ya no tengo tiempo para ti.

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