Una cesta con varios panes. FOTO: Juan Manuel Alijo Lebrón Flickr
Una cesta con varios panes. FOTO: Juan Manuel Alijo Lebrón Flickr

Uno de los mayores problemas que existen con la especulación de la vivienda es que no es percibida como un derecho sino como un artículo de lujo al que aspirar. No es vista como el pan, la leche, los huevos o el aceite. Si el pan alcanzase un precio desorbitado por factores de monopolio de sus ingredientes, es decir, si pocos propietarios se hubieran hecho dueños de todos sus ingredientes impidiendo la competencia y subiendo el precio del producto y el Estado impusiera controles y precios desde un consejo de ministros, nadie etiquetaría al gobierno de comunista. En el imaginario colectivo, a pesar de las intentonas de muchas multinacionales, el derecho a comer pan todavía es inmutable en nuestro coco.

Pero con la vivienda eso ya no pasa. Quien tiene tres pisos, dicen los de un discurso más liberal, gracias a su  esfuerzo, o, pongamos, por ejemplo, las empresas que tienen cien viviendas en una ciudad bonita, monopolizan el mercado porque la posibilidad de distribución en una intención lógica para que los precios sean asequibles desaparece. Entonces es cuando la vivienda, que debería estar en la cabeza en un convenio cognitivo como el pan, comienza a verse no como un derecho sino como un negocio hasta para nosotros que no somos ricos. Las zonas más suculentas se hacen fuertes. De los guetos podríamos hablar largo y tendido y de la criminalización de los pobres, que evidentemente está relacionado con todo esto. Pero no daré calor.

La defensa a ultranza del libre mercado en cuanto a productos de primera necesidad es una trampa. Nos conmueven más las libertades de un individuo a fijar el precio de alquiler que quiera que un mileurista no pueda pagar un costoso alquiler en una barriada obrera o que sólo pueda compartir habitaciones. Entonces defiendes la especulación, por delante de tu esfuerzo individual en la obligación de sentirnos libres haciendo justicia con el grupo. El precio del alquiler debe regularse porque la vivienda no es un cuadro de una subasta de Londres (otro día hablaremos de la socialización de la cultura), la vivienda es esa barra de pan que te acompaña en el almuerzo. Algo imprescindible para que al día durante siglos tuviéramos las calorías necesarias para resistir jornadas de trabajo y frío.

Defender la libertad de precios de quien es dueño ya casi del sol, las semillas y el agua es un grave peligro para el colectivo. Quizás por su posición económica estén aun a salvo de no tener que destinar más del 70% de su nómina, pero en un ejercicio de empatía piensen en los demás. Y no los vean como vagos e ignorantes. Hay camareros que cotizando cuatro horas trabajan doce y no llegan ni a mil euros. Y como mínimo quieren vivir en una barriada con prestaciones saludables y de ocio coherentes. Pero ya no pueden hacerlo en algunas ciudades.

Por eso las campañas en contra de la ocupación son orquestadas para meterte miedo. Sin que yo defienda a alguien que se meta en un piso de un trabajador. Pero haciendo cuentas en mi barriada, La Granja, con un censo estimado de miles de habitantes no conozco ninguna. ¿Ven cómo quieren que defiendas que no ocupen una vivienda? La de ellos, que incluso controlan los medios de comunicación y esos fondos buitre que monopolizan el mercado.

Para tener y acumular más, fijar el precio del mercado, que ni de coña es libre, y hacerte creer que perteneces al mismo club de elegidos.

 

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