Hipsters.
Hipsters.

Recuerdo el Espárrago Rock de hace mil años en Jerez. Por culpa de la lluvia perdí la oportunidad de ver de cerca a Cranberries y Lou Reed. Entre otros. Vi a Celtas cortos. Ni fu ni fa. La verdad.

Haciendo retrospectiva, recuerdo que mis amigos y yo del barrio de La Granja, en un acto antinatural, quedamos para ver qué nos poníamos para ir al concierto, muchos heredaban la ropa y otros, los que sus padres estaban mejor colocados, todavía no teníamos edad para marcar nuestra personalidad frente a la imposición de nuestras madres en lo estético. Me disfracé, así lo analizo desde la madurez. Ansiedad pura y dura por encajar en algo extraterrestre. La falta de medios nos hacía dar a los dos botones a la vez en la radio cassette, un acto muy ochentero para tiesos, y robar los CD en Tiendas Corty. Yo nunca robé, lo prometo, por miedoso y por la insistencia de mi madre en ese hecho, pero tampoco censuro al que lo hiciera, en mi barrio un disco nuevo de Nirvana era como un pingüino en el Sahara. Es más, lo veo bien y justo. No teníamos un duro, sí cubiertas las necesidades, no nos criamos mal. Otra artimaña era tangar a los hermanos mayores sus cosas, ya algunos tenían ingresos más elevados. Esto no es un alegato ni siquiera una reivindicación. Hacerlo sería de gilipollas, es más bien una pataleta. Seguíamos un modelo de adolescentes norteamericanos que se frustran ante cualquier necesidad superficial y eso nos hizo reunirnos con plena ansiedad por encajar, pero no teníamos ni un garaje, ni camisetas chulas. Por poner un ejemplo, muchos gastábamos las de propaganda que daba ECO Jerez o la de la Caja de ahorros, que algunos hoy se las ponen en plan retro, sí amigos lo he visto con mis propios ojos. Numerosas series nos han bombardeado con ese mensaje de: clona nuestras costumbres o suicídate, imbécil. Una colonización a manos de gilipollas y nosotros queríamos serlo. Unos gilipollas modernos. Por eso siento que aunque vivimos en un mundo global, o eso dicen. Pensándolo con frialdad, mis amigos y yo, estábamos a mil años de un chico de California de clase media.

Lo que me rechina son algunos que lo tuvieron todo y ahora van de que ellos también lo pasaron regular, los observo. Odian su opulencia y a sus padres de clase media alta porque les hace parecer menos de izquierdas, o quizás este texto solo sea el producto de la envidia y esos traumas que tenemos. También impuestos por ver como cuando un padre americano se perdía un partido de beisbol de su hijo, la madre lo acribillaba y al niño le daba un brote de depresión y entraba en shock. Los nuestros se quedaban en el bar, no nos pasó nada, cuando salían de la bodega y las fábricas, sí amigos cuando había trabajadores en las bodegas y las fábricas en Jerez. Pero a estos modernetes que van ahora de reivindicativos por su atuendo más que contrastado y súper caro, y para dar la sensación de que se visten de modo anárquico, se les cala. Es más, tienen un perfil pueril y posmoderno en la actualidad. Y hablo en el término más despectivo de modernidad, que odio, y no es que odie a la modernidad, sino a ese ramalazo. Ansiosos por parecer, en forma y fondo, que viven en un barrio bohemio céntrico de Londres “super underground” y que de niños tuvieron carencias. Todo esto me hace saltar mi click más cuñado y reaccionario, y me regusto en ello, sin poner filtros a mis emociones. No sé en qué película vi, creo que en Trainspotting, que en veinte años todos seremos gilipollas. Aunque observo, gracias a Dios, que algunos más que otros.

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