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Los sindicatos de clase no pueden defenderlos a todos, porque siempre perjudican a alguien, que normalmente es el más débil.

Soy de los que pensaban que el mundo era uno, que no importaban las razas, los colores, las fronteras. Soy de los que pensaban, y aún lo pienso, que el mundo era uno solo. Pensaba —y me ilusionaba con veinte años— que el mundo cambiaría, que iba a cambiar de base, y que los que hace treinta años eran nada, ahora cuando tuviesen cincuenta, todo lo iban a ser. Eran tiempos en que con veinte años soñaba, y aún sueño, con la utopía.

Entonces creía que todo el mundo junto —mujeres y hombres, estudiantes y clase trabajadora— llegaríamos a la lucha final. Y por ese idealismo de un mundo sin muros, (entonces había uno en Berlín, ahora hay uno en Palestina y creo que están intentando mañana hacer otro en México), pensaba que esta lucha era internacional.

Pero en todo este tiempo, las malas leyes hechas por políticos que traicionaron nuestras ilusiones, por un Estado internacional como es la Unión Europea, resulta que estamos explotados, mucho más explotados que hace treinta años. Nos quitan derechos, dejándonos unos pocos irrisorios.

Yo creía en los sindicatos de clase, porque yo, que creía que era un obrero aunque no tuviera, ni casco, ni pico, ni pala, pensaba que toda nuestra clase era una, única.

Pero no es así, por lo menos en la Administración pública que es la que conozco. Y siento aterrado que la situación de los trabajadores y trabajadoras de la empresa privada no la conozco, salvo lo que cuentan los medios. Digo aterrado, porque me estoy dando cuenta que realmente, nunca hemos llegado a ser TODOS. Las sectoriales de los sindicatos de clase nos han dividido como a hermanos separados, partidos en dos como hiciera Salomón.

La Administración pública, sabiamente dirigida por políticos ineficaces, ha sido dividida en cientos de rebaños de trabajadores y trabajadoras: funcionarios, interinos, eventuales, laborales, temporales, personal de agencias, personal de fundaciones, institutos, subcontratas… cada cual con unas necesidades distintas.

Qué astucia. Resulta que si un sindicato de clase quiere defender a un interino perjudica a un funcionario. O si quiere defender a un laboral, perjudica a un interino, etc. Los sindicatos de clase no pueden defenderlos a todos, porque siempre perjudican a alguien, que normalmente es el más débil. Esa es una de las razones por las que están muertos en la Administración pública. Por eso surgen una sopa de siglas de sindicatos de personas con intereses comunes: sindicatos de funcionarios, de policías, de sanitarios, de maestros… una gran variedad.

Para colmo, el mal político de hoy, la corrupción, también llegó a los sindicatos de clase. Y no me refiero a la corrupción de robar dinero. Si no a la corrupción moral. Compañeros y compañeras que llevan "trabajando" en el sindicato tanto tiempo que olvidaron lo que es el volver al tajo. Compañeros y compañeras que vienen en elecciones sindicales a que les voten y tú no sabes quiénes son. Como mucho, los puedes confundir con el profesor o profesora de algún curso que hiciste. Es lo que ocurre en estos tiempos en que los sindicatos dan cursos de formación, cuando su misión, yo creía hace veinte años, pienso aún, era defender a los trabajadores y a las trabajadoras.

Me pregunto si aún seremos UNO, me pregunto si aún seremos internacionales y no pondremos fronteras y trabas entre unos trabajadores y otros. Me pregunto si aún tendremos fuerza para levantar el puño en la Administración pública y no un símbolo que no sabes ni por dónde sujetarlo. Me pregunto si entre todos y todas seremos capaces de hacer el esfuerzo redentor que nos libre de los recortes de dinero y derechos. Basta ya de tutela odiosa, que la igualdad, ley ha de ser: “No más deberes sin derechos, ningún derecho sin deber”.

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