El feminismo para ricas de Susana Díaz

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

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Dice la presidenta andaluza que ella se hizo feminista cuando empezó a alcanzar niveles importantes de poder y descubrió el techo de cristal, “que era de hormigón”, aclara en una conversación sobre igualdad que ha mantenido con su consejera de Conocimiento, Lina Gálvez, y promovida por la delegación andaluza de eldiario.es.

Toda la entrevista ha versado sobre la llegada de las mujeres al poder, de las directivas del IBEX-35, de que haya representatividad en los puestos políticos y de que haya paridad en las direcciones de las grandes empresas. Cuando Lina Gálvez se ha puesto a defender los servicios públicos como garantía de igualdad de género, justo ahí, se ha terminado la conversación.

Claro que debe haber paridad, pero no solamente. Si a una limpiadora se le ha ocurrido asomarse a la conversación entre Susana Díaz y Lina Gálvez habrá debido pensar que el feminismo es un espacio acotado para mujeres de alto nivel social porque de ellas, de las mujeres sencillas, no se habla dentro de este feminismo de etiqueta en el que desaparecen la gran mayoría de las mujeres.

Es la idea de que el feminismo es la herramienta para romper techos de cristal de las mujeres poderosas y no, también y sobre todo, el instrumento de millones de mujeres sencillas, el 70% de los pobres del mundo son mujeres, que puede posibilitar romper los suelos de barro sobre los que caminan y se hunden cada día cientos de ellas; en muchos casos con sus hijos e hijas detrás.

No es casualidad que el feminismo que patrocina el PSOE andaluz hable tan poco de pobreza, de mundo del trabajo y de redistribución; sobre esta negación de la clase social a la hora de abordar el género se sustenta un feminismo de etiqueta que dice defender la autonomía de las mujeres mientras privatiza servicios públicos donde las trabajadoras que los prestan cobran 3 euros la hora.

Dígase el caso de limpiadoras, cocineras, auxiliares de ayuda a domicilio o asistentes de comedores escolares que prestan sus servicios para la Junta de Andalucía a través de empresas privadas. Mujeres que viven en la pobreza a pesar de tener un trabajo y prestar un servicio para una administración pública, supuestamente regida por una mujer y por políticas feministas.

No es feminista, ni socialista, quien empobrece, quien tiene a mujeres de cocineras en colegios públicos cobrando 600 euros al mes; quien tiene a monitoras de comedores escolares cobrando 230 euros o quien paga 800 euros a las limpiadores que sacan brillo de los pupitres de los andaluces y andaluzas del mañana. El feminismo no puede convivir con ningún tipo de desigualdad.

No es feminista quien permite que 20.000 mujeres en Andalucía, las trabajadoras de la ayuda a domicilio, cobren menos por su hora de trabajo que lo que se embolsa Florentino Pérez, el gran adjudicatario de la ayuda a domicilio en Andalucía, por contratarlas a cada una de ellas. De cada 13 euros que paga la Junta, empresas privadas como las del presidente del Real Madrid, Clece, recibe 7 euros mientras que las trabajadoras cobran a 5,60 euros la hora. En bruto. De brutalidad.

La Ley de la Dependencia, supuestamente feminista y pensada para descargar a las mujeres de los cuidados, ha conseguido que un ejército de nadies, de mujeres sin recursos, con poca formación y en muchos casos víctimas de procesos de violencia y, por tanto, necesitadas de urgencia a tener cualquier tipo de ingreso, está siendo soportada por trabajadoras con contratos parciales y sueldos por debajo del umbral de la pobreza debido a que quienes idearon la ley se olvidaron escribir en el texto legislativo que tenía que ser prestada obligatoriamente por las administraciones públicas, para evitar el lucro a costa del trabajo y el empobrecimiento de las mujeres de abajo.

Cuando oigas hablar mucho de reconocimiento y nada de redistribución, cuando hablen mucho de catedráticas o empresarias y nada de asistentas de hogar o de camareras de piso, pensad que os están intentando vender un feminismo excluyente que sólo aspira a romper los techos de cristal y no también los suelos de barro. Un feminismo que habla de igualdad mientras paga 3 euros por hora a la señora que le limpia la mesa del despacho es cualquier cosa menos defensa de la igualdad. Sólo se alcanza el poder cuando se logra la igualdad, no a la inversa.

Este feminismo Chanel, patrocinado por el PSOE andaluz, además de ser injusto, es un peligro para la propia causa feminista porque lanza un mensaje a las mujeres sencillas de que el debate feminista no es de su incumbencia. “Aquí hablamos de mujeres ricas, con poder, no de ti, muerta de hambre”, vienen más o menos a decirle a los millones de mujeres que soportan trabajos feminizados, con horarios infernales, sueldos de miseria y nula capacidad de conciliación, y que nunca ocupan espacio en los discursos ni en las políticas de este feminismo Chanel.

Las mujeres que votaron a Donald Trump no eran antifeministas como se ha intentado caricaturizarlas. Muchas de ellas eran pobres y estaban hartas de que los Clinton hablaran de diversidad en lugar de igualdad, de que dedicaran mucho tiempo al reconocimiento y nada a la redistribucción. Este ejército de mujeres que votaron a Donald Trump, provenientes muchas de ellas de las bolsas postindustriales que antes votaban a los demócratas, ahora son contrarias a la igualdad de género porque relacionan el feminismo con una élite que las desprecia.

Es justo esto lo que se debería evitar en España por todos los medios, que las mujeres pobres, que limpian casas desde por la mañana hasta el atardecer, sin dar de alta y sin derecho a vacaciones por 550 euros al mes, piensen que el feminismo las excluye como se encargan de recordarnos cada día discursos elitistas y contrarios a la igualdad como el de Susana Díaz, que habla de techo de cristal porque le es más fácil que hablar del suelo de barro que ella misma le ha puesto a cientos de mujeres en Andalucía con sus políticas económicas de corte neoliberal.

Susana Díaz bien podía haber descubierto el feminismo mirando a sus vecinas trianeras que limpiaban casas por hora, sin dar de alta y con sueldos de miseria y que, cuando ha llegado la hora de jubilarse, se jubilaban cobrando una pensión tres veces menor que la de sus maridos, que sí cotizaron a la seguridad social. Pero no, Susana Díaz ha descubierto el feminismo sentada en un despacho con moqueta, un ejército de asesores a su disposición y un coche oficial siempre dispuesto para llevarla a hablar de feminismo para ricas cuando lo exija el guión.

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