Sumido en la más profunda oscuridad, en un reino de tinieblas, soy invisible y nada veo. La cabeza me duele y un zumbido agudo hiere mis oídos. Desorientado, intento moverme. Estoy atrapado. Lucho pero tan sólo puedo mover la cabeza. En la boca un sabor extraño, una mezcla pastosa de sangre y polvo. Escupo. Oigo un ruido proveniente del exterior, de otro mundo. Desesperado grito tan fuerte como puedo, pero algo oprime mi pecho y no puedo inspirar profundamente. Toso convulsivamente hasta que vomito. Intento escuchar, ya no se oye nada en el exterior. Grito nuevamente. Me callo. Ningún sonido proveniente de fuera. Ninguno, nada. Me ahogo en un llanto sin consuelo. Frías lágrimas resbalan por mis mejillas y sueño.
Estoy sentado comiendo arroz, tengo mucha hambre. De pronto el piso empieza a temblar levemente. Dejo de comer. Tardo varios segundos en comprender lo que está sucediendo. La intensidad del temblor aumenta rápidamente y todo empieza a moverse. Se caen los cuadros, las lámparas. Parece que el piso vaya a hundirse y yo con él. Y caigo, caigo.
Algo toca mi cabeza. Despierto. ¿Qué es?, ¿qué es? Oigo un ruido animal, unas uñas parecen arañar una superficie dura. En la oscuridad unos centelleantes ojillos rojos me miran fijamente. Emite varios chillidos breves, seguido de otro largo parecido a una risa. Es una rata. ¡Fuera!, ¡fuera! Me callo y escucho, no oigo nada. Ha debido huir. Duermo de nuevo. Una sed intensa e insoportable me arranca de un sueño negro como mi futuro. Tengo la boca completamente seca y ni siquiera puedo gritar. El corazón late de prisa. Respiro rápidamente. Boqueo como un pez fuera del agua. Levanto mi cabeza hacia arriba como esperando beber de una lluvia que sé que nunca llegará. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Entonces creo verlo, allí arriba. Empiezo a reconocer aquello de lo que hablan algunas religiones. Sin duda mi final está cerca.
Sobre mí un gran pasillo y al fondo un foco de luz. Al contrario de lo que dicen no soy yo el que avanza hacia la luz sino ella la que se dirige hacia mí. Trae consigo un aire nuevo, fresco que inunda el alma de pureza y paz. Acepto resignado mi final. Finalmente podré conocer el bello rostro de Dios. De la luz emerge una figura. Alguien grita, ¡estás a salvo, estás a salvo! Un perro lleno de alegría me toca el rostro con su hocico y me lame. Vuelvo al reino de la luz.
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