Hace unos días se ha publicado la sentencia del
Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo, sobre las
devoluciones en caliente. El origen del caso era la demanda de dos personas que habían sido devueltas
tras saltar la valla de Melilla sin que se realizara ningún procedimiento legal para tramitar su envío a Marruecos.
A estas alturas, la sentencia ha sido comentada por diferentes especialistas en migraciones que han puesto de relieve las contradicciones de la sentencia con la realidad. El Tribunal de Estrasburgo ha considerado que los supuestos de los recurrentes
no constituían una violación de los derechos reconocidos en el Convenio Europeo porque no habían recurrido a las vías legales para entrar en España, como la Oficina de Asilo de Melilla o la solicitud de visado en origen.
La otra cuestión que ha llamado la atención de la sentencia ha sido la consideración del Tribunal para limitar los derechos de los recurrentes basada en su intento de entrada de forma irregular. Esa consideración ha sido
aprovechada por el ministro Marlaska para señalar que el uso de la violencia es un límite para los derechos fundamentales de los inmigrantes.
Y es este punto el que resulta preocupante. Es evidente que no todos los derechos fundamentales son absolutos, sino que encuentran limitaciones relacionadas con el ejercicio de los derechos fundamentales de los demás, pero
vincular esas limitaciones con actuaciones previas de los afectados genera un riesgo enorme. La misma lógica conduce a entender que la prohibición de la tortura, otro de los derechos protegidos en el Convenio, puede no aplicarse para quienes hayan realizado previamente una conducta ilegal. Dicho de otra forma, que se podría torturar a los criminales. Y
si se les tortura, lo mismo cabe decir con el derecho a la vida.
El riesgo de someter los derechos fundamentales a condiciones vinculadas a las personas afecta ahora a los inmigrantes, pero puede afectar a cualquiera. Derechos para los que sean buenos y para los parias, para los que no cumplan las expectativas del sistema, la negación de sus derechos.
En esto conviene parafrasear a Bertol Brecht: "vinieron a por los inmigrantes, y no hice nada". Tenemos la tranquilidad de que no saltaremos una valla para cruzar una frontera, pero este repliegue de los conceptos filosóficos de los derechos fundamentales nos afecta a todos. Aunque tengamos la piel blanca y hayamos nacido en la Europa rica. O casi.
Dévika Pérez
es doctoranda en derecho penal y
miembro de la APDHA
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