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Aunque pasó prácticamente desapercibido en los medios ayer, como cada 22 de abril desde 1970, se celebró el Día de la Tierra, coincidiendo este año con la firma del Acuerdo de París contra el cambio climático. Con este motivo, delegaciones de más de 150 países, incluyendo España, se han reunido en Nueva York para presentar sus compromisos en este ámbito.

Como ciudadano, estos gestos públicos de los políticos me parecen importantes, pero como jardinero los sigo con escepticismo, con la convicción de que, finalmente, son las microacciones medioambientales a nivel individual y local, las que verdaderamente cuentan.

¿Y qué puede hacer el jardinero tranquilo en este día De la Tierra? Por lo pronto, animar a desterrar los pesticidas del jardín.

Pero la jardinería ecológica implica mucho más que evitar el uso de pesticidas. No basta con seguir un código de buenas prácticas medioambientales. Se trata de adoptar una actitud comprometida con los seres vivos que pueblan el jardín, prestando atención a los comportamientos y a las demandas de éstos.

El jardinero debe tomar conciencia de su responsabilidad como garante de la armonía del encuentro entre especies -incluyéndose a sí mismo- en el espacio urbano. Muchos animales que nos parecen dañinos, como por ejemplo los caracoles y babosas, colaboran en realidad con el jardinero en la tarea de reciclaje de la necromasa del jardín. Al hacer esto no sólo limpian el jardín de un modo eficiente, sino que además permiten un retorno más rápido de los nutrientes al suelo.

Los ataques de pulgones y otros parásitos se pueden controlar asegurándose simplemente de que las plantas tienen las condiciones y el vigor necesarios para poder soportar la enfermedad sin sucumbir. Los pulgones forman parte de una cadena alimentaria fundamental para la biodiversidad del entorno, al ser a la vez fuente de azúcares para las hormigas y presa de otros insectos y de aves.

En el jardín hay dos mundos paralelos, un mundo sonoro, y otro silencioso. La mayoría de la gente se queda con éste último, y mira un jardín igual que lee un texto escrito. Pero deberíamos ser capaces de mirar el jardín sin dejar de atender a los zumbidos de los insectos y los ruidos y los cantos que aportan los animales.

Como dijo el matemático francés Didier Nordon: "En última instancia, el único ecologista irreprochable es aquel que hace todo lo posible por morir sin dejar ningún rastro de su paso por la tierra".

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