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En el año 2003, la organización no gubernamental Desarrollo y Solidaridad publicó un libro con el título 'Testimonios de solidaridad', dedicado al drama de la inmigración.

En el año 2003, la organización no gubernamental Desarrollo y Solidaridad publicó un libro con el título Testimonios de solidaridad, dedicado al drama de la inmigración, en especial a aquella que intentaba cruzar el Estrecho. Hoy tiene por desgracia un significado aún más espeluznante, si la cantidad puede aumentar el dolor humano como si no bastara una sola muerte para ser un escándalo.

Se publicó el libro al cuidado de Antonio Reyes y Josefa Parra. A un grupo de escritores se nos encargó un texto breve sobre alguna fotografía relacionada con las vidas de aquellos que buscan un futuro mejor lejos de sus países de origen. En él escribieron autores conocidos (José Saramago, José Luis Sampedro, Rosa Montero, Juan Marsé, Félix Grande, Juan Goytisolo, José Manuel Caballero Bonald, etcétera), junto a otros menos conocidos o, incluso, desconocidos como yo mismo.

La fotografía que yo comenté es la que ilustra este artículo; y el título y el texto, los que a continuación se reproducen:

El testimonio

Tiene el hombre una condena: la de alcanzar la comprensión de sí mismo ante el misterio del dolor, ante la orilla de la laguna Estigia a donde llega puntual la barca de Queronte. Todo lo demás, el arte, la ciencia, la técnica, la cultura y la filantropía… no nos proporcionan más que ilusiones cotidianas para hacernos el camino más llevadero hasta el destino irrevocable. Nada vale entonces para el consuelo.

La búsqueda de la felicidad tiene solo la recompensa efímera de su búsqueda, la navegación rumbo a Ítaca; para algunos locos y para otros ignorantes, el mero viaje ya justifica el desafío; pero, que se sepa, jamás un humano arribó nunca al continente de la felicidad, que queda en los cuentos infantiles para espantar inútilmente los fantasmas de la noche.

La figura central de la fotografía muestra, en su abatimiento, la misma conciencia de abandono que tuvo el Judío de Nazaret en el huerto de Los Olivos y el eterno reproche de la humanidad doliente al Que Todo Lo Puede: la desolación que produce el puro dolor, la muerte solícita e inefable. En la imagen de este descendimiento en la que chirría la inscripción del fondo que recuerda al INRI de la Cruz, resulta patético el esfuerzo de los amigos que recogen el cuerpo inerte del Cristo, fracasado en su calvario particular. El centurión aparta la mirada.

El drama personal que lleva colgado cada mortal al cuello como un escapulario se convierte en tragedia –el drama de todo un pueblo- a menos de 15 kilómetros de nuestras aparentes seguridades y de nuestras muchas indiferencias. Ya es una maldición que este valle sea un valle de lágrimas; parece insoportable que se convierta, además, en un océano de tormentos estériles para las tres cuartas partes de la Humanidad.

(Hoy es Viernes Santo. Me ha parecido un buen día para releerlo y traerlo aquí, y para mostrar mi repulsa a esta Unión Europea cuyos “ideales” están tan lejos del espíritu y los valores sobre los que se inició su construcción). 

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