Muestra de teatro escolar en Jerez, en mayo pasado. FOTO: MANU GARCÍA
Muestra de teatro escolar en Jerez, en mayo pasado. FOTO: MANU GARCÍA

No me imagino a Edmond Dantés, el mítico personaje de Dumas, conformándose con redactar su injusta situación en el muro de su celda. Protestando, con un puñado de palabras inútiles, en vez de prepararse a conciencia para su gran revancha.

Tampoco veo al joven Luke Skywalker, negándose a luchar contra el Imperio, alegando que su enemigo es demasiado poderoso. Girando su astronave para no enfrentarse a la Estrella de la Muerte. Despidiéndose diciendo: "Ojalá pudiera haber hecho algo más”.

No veo a Frodo y Sam entregando el anillo a Sauron, mientras hombres, enanos y elfos se descuartizan mutuamente. No, no puedo imaginarme a los héroes de Tolkien entregando sus armas a los orcos y los trolls.

Pero como bien dice el dicho: “La realidad siempre supera a la ficción”. Y es que nos han vuelto blandos. Nos han domesticado con su comida basura, sus contratos basura, su música basura, su televisión basura, su moda basura, sus ideologías basura…

Han probado a alimentarnos con desperdicios y han visto que la fórmula funciona. Que nos lo tragamos todo, como cerdos, mientras nos conformamos con repetir el mantra de que siempre habrá alguien viviendo en peores condiciones.

La Tierra se consume, las selvas arden, el mar se vuelve plástico. Pero nos limitamos a quejarnos desde las redes sociales o a firmar peticiones que no acabarán por llegar a ningún sitio.

La codicia siembra guerra en todas partes, la gente huye de sus hogares, el hambre mata al Mundo… Pero nosotros, como nos han inculcado, respondemos agachando la cabeza, mirando hacia otro lado, levantando muros.

Mientras tanto, aquellos a quien tan democráticamente hemos elegido para que nos representen y defiendan, nos ayudan vaciándonos los bolsillos, viviendo por encima de nuestras posibilidades, usándonos como combustible de su maquinaria de consumo.

Y nosotros, en vez de salir a la calle a exigir nuestros derechos, encendemos la tele, ponemos el aire acondicionado y esperamos, tumbados en el sofá, a que algún héroe se atreva a rescatarnos.

Tal vez el problema esté en la educación. En ese noble arte que tanto se empeñan en desacreditar, burocratizar, manipular y privatizar. Tal vez, hayamos dejado que quien manda nos haga un poco más idiotas cada día, facilitando, sin oponer resistencia, el ejercicio de su dominio.

Vuelve septiembre y, a regañadientes, como prisioneros que regresaran a sus celdas, vuelven a las escuelas alumnos y maestros. Muy pocos son conscientes de la importancia de su misión. Pocos ven, en esos incómodos pupitres de madera, a la única esperanza del mañana. Pocos sienten que puedan ser los héroes y heroínas capaces de cambiar el Mundo.

Y es ahí donde debe aparecer la figura del maestro. Porque, aunque lo intente, el héroe no puede encontrar su camino sin un guía. Porque Edmundo Dantés no hubiese sido El Conde de Montecristo sin el Abate Faria. Porque Luke no habría sido Jedi sin el maestro Yoda. Porque los pequeños hobbits no habrían podido derrotar al invencible Sauron sin la ayuda de Gandalf.

Porque nadie es consciente de sus capacidades hasta que alguien más sabio le muestra todo lo que puede llegar a hacer. Por eso, mis queridos maestros y maestras, en estos días de retorno, que la fuerza os acompañe.

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