En la sociedad actual tenemos la dichosa manía de catalogar el éxito o el fracaso de alguna empresa en función de la consecución de los objetivos planteados previamente.
En la sociedad actual tenemos la dichosa manía de catalogar el éxito o el fracaso de alguna empresa en función de la consecución de los objetivos planteados previamente. Esta manera de valorar, a veces enfermiza, se ha trasladado de los estamentos empresariales a prácticamente todos los sectores sociales, de arriba abajo y de izquierda a derecha de la pirámide, hasta el punto de que no importa el cómo, ni el cuándo.
Cuando en la pista de atletismo suena el disparo que da comienzo a la prueba de los 1500 metros, todo atleta tiene en mente colgarse un metal cuando cruce la meta. Para ello elabora estrategias, vigilancias a sus rivales más duros y cambios de ritmo para socavar el físico ajeno. Cualquier cosa vale para esprintar al final y llevarse la gloria. ¿Cualquier cosa? Bueno, cualquier cosa no. Si te pillan empujando a otro atleta o acortando camino por mitad del estadio te ganas la descalificación.
En esas estamos cuando nos hemos entregado al Dios eficacia antes que a eficiencia. Importa cumplir objetivos y nos basta simplemente con cubrir el expediente. A veces a trompicones, de manera tosca, llegamos al último segundo del último minuto con los deberes hechos (algo que va en los genes del español, por otra parte).
Sin embargo, obviamos que hay maneras de cumplir esos mismos objetivos, rentabilizando mejor los recursos, optimizando el tiempo, ahorrando, al fin y al cabo, miles de millones en un proceso de producción que a veces se eterniza de manera ridícula en trámites burocráticos que no hacen sino entorpecer lo que debiera ser más ágil y rápido. La eficiencia consiste en conseguir esos objetivos al menor coste y esfuerzo posible. Y eso es lo que han conseguido otras sociedades hermanas como la alemana o la británica, por poner dos claros ejemplos a imitar (porque hay cosas que merecen que imitemos de ellos… no todo van a ser palos).
Aquí seguimos a vueltas con los mismos vicios de siempre. En política dejaremos todo para última hora. No importa que el país se paralice medio año porque cuatro señores no sean capaces de ponerse de acuerdo. Siempre fuimos de estudiar los exámenes el día antes. Con esos mimbres… ¿Cómo pretendemos exigir eficiencia a nuestros mandamases? Eficacia… ¡y mucho es! Que para dar ejemplo al mundo ya están los demás.
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