El efecto chiringuito

Dentro del partido se vive una especie de realidad paralela y lo importante no es cambiarle la vida a las personas, sino que el partido sirva para transformarle la vida a los liberados

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

Baldoví y Errejón, en el Congreso, en una imagen reciente. CONGRESO
Baldoví y Errejón, en el Congreso, en una imagen reciente. CONGRESO

Por razones que no vienen al caso, viví las elecciones de 2015 en la Comunidad de Madrid desde dentro de IU-CM, la federación madrileña de IU que fue desfederada más tarde, que se negó a confluir con Ahora Madrid y que no supo ver lo que significó la ola de cambio que trajo Podemos y las candidaturas del cambio. Viví el clima horroroso que viven las organizaciones que se ven amenazadas en su espacio político. En lugar de poner su inteligencia y generosidad a funcionar, sacan las miserias más hondas de los seres humanos y reproducen un orgullo de pertenencia al partido como el que milita en una secta. En lugar de poner en común las coincidencias con quienes plantean una oferta de colaboración para salir a ganar, exageran las diferencias e hiperbolizan la identidad para decir no y mantenerse, en el mejor de los casos, en la testimonialidad.

Cuando llega ese momento, los análisis políticos se convierten en el miedo al futuro laboral porque hay muchas personas dentro de los partidos políticos que no es que no tengan futuro laboral, es que no tienen pasado fuera de las estructuras de la organización. Luego se suman los egos y los odios cruzados y de lo que menos se habla es de política, de darle a los ciudadanos una oportunidad de votar una opción ganadora que ponga en el centro los problemas y soluciones.

Los medios de comunicación que siempre te atacan, se convierten a partir de este momento en extraños aliados que envanecen hasta lo enfermizo a los líderes del no a la unidad, llegando a confundirse el análisis político con los debates de Gran Hermano. Todo se convierte en relato, que es lo mismo que decir que todo es mentira. Lo importante no es la situación de los ciudadanos ni ganar, sino preparar el mejor argumentario para que el marco que usen los medios sea el más favorable. Y si los medios se hacen un lío, se les hace una llamada y gentilmente acceden a modificar la palabra precisa que sitúa el relato a favor.

Dentro del partido se vive una especie de realidad paralela y lo importante no es cambiarle la vida a las personas, sino que el partido sirva para transformarle la vida a los liberados. Es el partido construido como una sociedad anónima y no como una herramienta que como fin último tiene ganar las elecciones para poner en marcha un proyecto de sociedad.

En los argumentarios, hay que usar palabras ingeniosas, frases recurrentes y artificios numéricos para convencer a la gente de que tú no estás en contra de la unidad, sino que son los otros, que lo han planteado mal, tarde, de forma poco clara y que no han respetado a la organización que ha dicho que no. El partido toma entonces forma de ser vivo y los ciudadanos se convierten en seres inertes.

Luego llega el día de las elecciones y resulta que la gente vota mayoritariamente por la propuesta más generosa y valiente, la que rompió todas las paredes de los partidos políticos y se atrevió a ganar. “Tendríamos que haber confluido”, dicen la misma noche electoral los que fueron más guerreros en contra de la unidad. Querían tanto al partido que lo mataron porque era suyo y, de paso, condenaron a los ciudadanos a cuatro años más de derecha en una Comunidad de Madrid que lleva ya 26 años gobernada por unas élites radicalizadas a las que le sobran los madrileños cuya libertad sólo se materializa cuando se tiene la nevera llena, un hospital que funcione, un colegio digno, el alquiler pagado y un trabajo decente.

En 2015, 10.000 votos impidieron a IUCM entrar en la Asamblea de Madrid. Se quedaron fuera los relatos, triquiñuelas, argumentarios y trapacerismos posibles para hacer creer que lo que le importaba a aquellos líderes de la pureza identitaria era la gente, cuando lo que defendían era el partido como organización de liberaciones, privilegios, estatus e identidad.

Todos abandonaron el hotel aquella noche con la cabeza gacha, pero habían sido muy coherentes y se sentían ganadores morales mientras veían pasar delante de sus ojos la victoria de Manuela Carmena en el Ayuntamiento de Madrid y a Cristina Cifuentes con la posibilidad de conformar gobierno por unos pocos escaños que se podrían haber conseguido en una lista de unidad. En la Cuesta Moyano había una fiesta de gente joven y gente que por fin había ganado en su vida pero ellos estaban tristes porque la alegría de la mayoría era el motivo de su derrota sin paliativos.

Curiosamente, en 2015 quienes estaban en el lado correcto de la historia eran los mismos que ahora han rechazado la oferta de Pablo Iglesias. Entonces, Tania Sánchez y otros tantos de sus compañeros que abandonaron IUCM sí entendieron que no servía de nada aferrarse a la identidad partidaria y dieron el salto a Podemos para ser útiles y cambiarle la vida a la gente que está sufriendo.

Hoy estos mismos usan idénticos argumentos que en 2015 usaron los dirigentes de IUCM en contra de las ofertas de confluencia de Ahora Madrid. Los mismos argumentarios, los mismos trapacerismos, los mismos trucos y el mismo relato de que la política no es Juego de Tronos y de que juntos se suma más. Me estoy acordando con mucha intensidad de este pasaje que viví en primera persona cuando escucho a Joan Baldoví, diputado de Compromís en el Congreso, quien hoy se ha convertido en el héroe de los medios de derechas porque se ha posicionado y trabajado en contra de que Más Madrid finalmente acceda a conformar una candidatura de unidad con Unidas Podemos, dentro de su estrategia de que Compromís tenga aliados a nivel estatal que no compitan en las elecciones valencianas.

Al escuchar a los dirigentes de Más Madrid o al mismo Joan Baldoví no puedo dejar de acordarme de la soberbia con la que los dirigentes de IUCM se referían a aquellos jóvenes de Podemos con los que no querían confluir porque, decían, no sabían hacer política y no tenían ni idea, al lado de ellos que llevaban décadas en el mismo escaño y que se habían convertido, por cómodos e irrelevantes, en el decorado colorido y entrañable de un régimen que los necesitó durante décadas para legitimarse.

Deseo que Más Madrid supere el 5% por el bien de la ciudadanía, pero mucho me temo que la noche electoral del 4 de mayo puede ocurrir como ocurrió el 25M de 2015, cuando terminó el escrutinio y se hizo un silencio atroz en el hotel donde IUCM recibió el escrutinio. Los votos iban llegando pero el casillero de IUCM no superaba el 5%.

Sobre las 12 de la noche, el escrutinio había llegado al 100% y faltaban 10.000 votos para llegar al 5%. Tanta soberbia, tanto espíritu competitivo, tanto ego y tanta vanidad se saldaban con cero diputados, una organización que tuvo que cerrar por derribo al no poder afrontar sus deudas, la derecha de nuevo en el poder y las urgencias de los madrileños más humildes nuevamente aplazadas porque hubo quienes creyeron que hacer política es levantar muros en lugar de construir puentes.

Íñigo Errejón está muy satisfecho. No ha dado su brazo a torcer y los medios de derechas le dedican sus mejores loas porque se ha convertido en la pieza más útil de los que nada quieren que cambien. Es el efecto chiringuito, un mal que aqueja a quienes conciben los partidos como artefactos de estatus y futuros laborales y no como instrumentos al servicio del bien común.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios (1)

GONZALEZ Hace 3 años
Deverian unirse todos partidos de izquierdas. Y tirar a la derecha corrupta
Lo más leído