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Si entre la comunidad homosexual esta tonadilla alcanza la categoría de grito de guerra ¿cómo es posible que se les haya ocurrido proponer la racionalización vial del amor? 

Si nos dieran un euro por cada vez que lo insólito de este mundo se revela ante los propios ojos, nuestra fortuna ascendería al infinito. Esta semana la incredulidad y yo pugnábamos por despertarnos la una a la otra cuando un hecho sin precedentes nos zamarreó. Bueno, realmente sí que tenía precedentes. Por lo visto, lo habían hecho antes en Viena y en Londres; con motivo de la celebración del Festival de Eurovisión en el primer caso, y del Día del Orgullo Gay, en el segundo. Ahora es la Isla de León la encargada de proseguir la estela de lo curioso. Resulta que San Fernando estrena estos días unos semáforos con parejas de hombres y parejas de mujeres dándose la mano, en vez de las clásicas figuras del peatón masculino solitario. La iniciativa vial se completa con un corazoncito entre ambos monigotes. Se trata de una propuesta que pretende, según el consistorio municipal, sensibilizar a todos los transeúntes urbanos para que normalicen y visualicen la diversidad sexual en las parejas.

La estampa es curiosa, qué duda cabe. Podemos comprobar cómo educación sexual y educación vial se hacen una en las calles cañaillas por obra y gracia del Ayuntamiento. Una suerte de educación sexial nacida a caballo entre el Kamasutra y el código de circulación. Quizás cabe preguntarse si era necesario el corazón, las manos cogidas, los dos muñecos y muñecas… ¿Qué tal si colocamos semáforos con muñecas y otros con muñecos sin más y ya que ellos se vayan a la cama con quien quieran? ¿No llevaría eso al implícito de que la muñeca puede dirigir si quiere su corazoncito a otra muñeca? ¿No podrían los iconos con pantalones hacer lo mismo con su alma de bombilla? ¿Por qué ha de marcarles el semáforo el camino de su entrepierna luminosa? Es posible que en esos críticos instantes finales, esos en los que la cuenta atrás expira y sus patitas centelleantes se ven obligadas a correr hacia el resguardo de la acera más próxima, sus pensamientos se dirijan hacia una ella o hacia un él. ¿Por qué poner barreras de circulación al amor?

Está visto que las circunvalaciones amatorias son de lo más variado pero no hace falta que los aparatos eléctricos nos demarquen la ruta. Por ahora y aunque pueda considerarse una antigualla, basta con que nos alerten de que viene el camión. El resto ya puede decidirlo el personal a su gusto. Además, por todos es sabido que el respeto al código de circulación y el frenesí pasional suelen estar a la gresca. No en vano, ahí quedan para la posteridad los versos de la canción de la inefable Paloma San Basilio: “Figúrate, dos locos sueltos en plena calle / la misma cama y un bocadillo a media tarde / hacer del lunes otro sábado / cruzar en rojo los semáforos…”. Si en los ochenta no se adoraba de veras sin saltarse un disco carmesí, ¿cómo atribuir hoy precisamente al semáforo la potestad para representar el amor verdadero? Insólito. Más aún si tenemos en cuenta que esta canción —para más señas, de título Juntos— es, al igual que el A quién le importa de Alaska, el Más fuerte de Massiel o el Embrujada de Tino Casal, uno de los emblemas musicales del movimiento gay español. Entonces, si entre la comunidad homosexual esta tonadilla alcanza la categoría de grito de guerra ¿cómo es posible que se les haya ocurrido proponer la racionalización vial del amor? Insólito pues, insólito.  

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