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El Análisis. Por Carlos Piedras.

De verdad que hubo un momento en que creía estar asistiendo a uno de esos días que los periodistas y sus amigos los políticos llaman ‘históricos’. Estaba la tarde del día 2 dando una vuelta por el centro de Madrid buscando la camiseta de ‘Latido a latido’ del Atlético –después de mirar en cuatro o cinco sitios, del Corte Inglés al Corte Chino, me daba igual si era auténtica o no, llegado el caso procédase a las acciones legales a que haya lugar- cuando de repente la calle se empezó a llenar de gente con la bandera tricolor.

Rojo, amarillo y morado. Una, dos, treinta, cien, varios cientos… En fin, yo estaba buscando una camiseta de un equipo de fútbol al borde de la ilegalidad (por el momento me refiero a la camiseta) mientras miles de personas, aparentemente, apostaban por una ilegalidad mucho mayor que la mía, y yo, como de costumbre, sin enterarme de nada porque para mí el Facebook y el Twitter son artilugios que sirven para pinchar fotos de cruceros de gente generalmente con tendencia a la obesidad (1) y pensamientos ‘mu ocurrentes e ingeniosos’ (2)… En fin, que hasta ahora poco o nada servían para ir por ahí proclamando repúblicas, por muy legales o ilegales que sean.

Total, que ante mi falta de éxito con la camiseta me dejo llevar por la fiestuqui y el momento aparentemente histórico y acabo en la Puerta del Sol. Nah. Decepcionante. A los cinco minutos. Dos o tres rimas facilonas contra los Borbones y el mítico (más bien Levítico) ‘España, mañana, será republicana’. Poco más. Allí, la verdad, no pasa gran cosa, ni siquiera parece haber el sano ambiente de ligoteo que, como comprobé en su día, hubo hace años en lo del 15-M (que me parece muy bien, oiga, que hay que empezar por abajo, digo, de abajo arriba, en fin, que me lío, que quiero decir que hay que ir de las pequeñas a las grandes cosas, y ya).

Total (de nuevo), que al cabo de una hora como que me canso. El entusiasmo que se vive es un poco fingido, como de orfanato en domingo. Claro, entre otras cosas, no está Pablo Iglesias, que está en Bruselas, a sus cosas de eurodiputado electo e imagino que dando una vuelta por la Grand Place, no sé si tomando unos mejillones con patatas fritas como está mandao, y eso, que no esté Pablo Superstar –vamos a dejar de lado un rato por mucho que me cueste lo de los mejillones, que tiene su rima con la Familia Real-, se nota una barbaridad. Es que la gente ya no está por IU, que de repente se antoja un muermo, por lo menos para los capitalinos, y pasar, pasar, no pasa nada.

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Todos sabemos que los líderes de la izquierda son muy de colegio de curas, así que les gusta mucho cantar y todo eso, cosa que los chicos de colegio público como es mi caso… pues no. Somos más de actuar. Y allí no hay acción, así que, como estoy de visita en Madrid, me voy a casa de mi madre y acabo de ver cómo transcurre lo que entiendo que puede ser la HISTORIA, con mayúsculas, por la televisión. Cuando llego a su casa, mi madre estaba pegada a la tele. Y allí seguían, chavales y chavalas, talluditos y talluditas, viviendo el día histórico de la (no) proclamación de la República, pero tan contentos, más o menos como los seguidores del Atleti cuando pierde su equipo con un equipo de 2ªB.

Ah, sí, que se me olvidaba. Desde el comienzo de la manifestación había un tipo de la Policía molestando con un helicóptero, pero eso en Madrid no es noticia, de hecho es un clásico: cada vez que hay más de cincuenta personas juntas, aunque sea viendo a los mariachis que actúan habitualmente en la Puerta del Sol, sobrevuela el centro de la ciudad un helicóptero. A eso de las doce de la noche, al tipo –o la tipa– del helicóptero le llamó su pareja y hala, pa casa, que se enfría la cena. En el peor momento. Lo digo porque yo creo que este tipo de medidas tienen un efecto desmoralizador sobre las masas, en este caso republicanas: cuando se va el helicóptero es que ya no le interesas al poder. Y joder, eso es muy duro, sobre todo cuando estás pidiendo la mayor de las ilegalidades posibles. Es una patada en todo el velo del paladar para cualquier manifestante. Abrirse el helicóptero y empezar a hacerlo el personal revolucionario.

No sé, es verdad que yo ya estaba en casa de mi madre, perfectamente a salvo bajo el halo protector de su mítica (o Levítica) tortilla de patata, pero claro, yo hace mucho que no me parezco a un revolucionario, seamos serios. Poco después en la tele empiezan a decir que todo el mundo se las pira de la Puerta del Sol. Yo, la verdad, no me lo creo, me da que es una argucia más de los medios de comunicación burgueses, siempre insaciables en su defensa del stablisment y su ataque a toda causa alternati, pero las imágenes están ahí. Miles, casi decenas de miles de personas, deciden, como hice yo horas antes, que una buena cena, aunque sea tardía, en casa de mamá (en mi descargo, reitero, estoy de visita) vale más que vivir un incierto 14 de abril un 2 de junio. No sé. Debajo de los adoquines ya no está la playa, como decían en París en 1968, que aquello sí debió ser una buena fiesta. Ahora, debajo de los adoquines sólo hay el tiempo que se tarda en quitarlos. No sé por qué me parece que la vida por horas ha llegado para quedarse. Los chicos, la mayoría trabajadores por horas según las encuestas, son ahora también revolucionarios por horas. Y así es muy difícil llevar adelante la mayor de las ilegalidades…

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