15mileuros
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Hubo un tiempo en que hacer periodismo y dedicarte a él tenía como requisito tres premisas fundamentales: La formación, el esfuerzo y el talento. Con la sociedad de la supracomunicación, donde la inmediatez cuenta por encima de la veracidad y (ya lo decía Ramón Trecet) las personas valen los seguidores que tienen en las redes sociales, resulta palpable y se ve a diario que se han desvirtuado algunos pilares básicos de la profesión.

El periodismo basado en la observación, en el raciocinio, en el contraste de fuentes, en la honestidad y en la búsqueda de las mejores técnicas de comunicación respecto al lector, oyente o espectador están siendo a diario pervertidas y sustituidas por otras técnicas, muchos más eficaces pero de dudosa construcción social. 

Y es que una cosa es actuar como un periodista y otra como un usuario. El camino hacia el megusta, el like, el favorito o el retweet es muchas veces más sencillo y menos laborioso, y se salta, muy a menudo, el código deontológico de la profesión. La viralidad tiene mucho que ver con el concepto de imagen, con los mensajes planos y con las estrategias que generen que se comparta un contenido, pero en demasiadas ocasiones adolece del fundamental, la calidad.Vemos cada día cómo periodistas de prestigio rectifican informaciones por no haber contrastado bien las fuentes, por dejarse llevar por la urgencia que ha adquirido hoy el acto comunicativo y por no atender a lo que verdaderamente cuenta, la información que se está transfiriendo. Incluso los referentes tenidos en cuenta han cambiado. Los Sálvame, Punto Pelota o debates políticos donde apenas se respeta al invitado y al turno de palabra son pan de cada día en nuestros medios de comunicación.

Si antes tomábamos como modelos a periodistas tan dispares Iñaki Gabilondo, Chaves Nogales, Jesús Quintero, Tom Wolfe y los maestros del nuevo periodismo, Kapuściński, Martín Caparrós y tantas otras figuras que dignificaron la profesión dejándose la vida en ello, ahora las figuras son otras. Da hasta miedo nombrarlas. El problema no es que exista este tipo de periodismo en el ámbito privado, al fin y al cabo, cada medio hace con su dinero lo que estima oportuno –normalmente en función del rédito económico, único dios verdadero en nuestra sociedad capitalista-, el problema es que exista aliento y apoyo por parte de los gobiernos que eligen los ciudadanos y los medios públicos que los representan. A estos hay que suponerles un interés general y público, muy por encima de los intereses partidistas o personalistas. Tienen el deber de ser ejemplos como motor de la construcción social, como legado comunicativo, como historia misma de lo que somos.

Viene esto a cuento porque comprobamos con absoluto estupor el Caso Ojeda, un publicista-periodista (?) que valiéndose de un videoblog y de sus habilidades virales, logra un buen pellizco proveniente de las arcas públicas de Jerez. Cada uno que saque conclusiones al ver los vídeos. Para el medio que esto suscribe causa absoluta vergüenza ajena no sólo su manera de ejercer la profesión, sino el hecho de que sea tomado como ejemplo de éxito. Una caricatura que contribuye a la creación de un estereotipo andaluz con los defectos más rancios de la profesión y el sentido del espectáculo por encima de la información y la calidad de contenidos. Ningún “pero” si ejerce en el ámbito privado, como ha hecho muchos años.

Y es que el problema de raíz no es Ojeda. Como en el caso del pequeño Nicolás, personas así existen y existirán toda la vida, camaleones adaptables a cualquier entorno con tal de subir las paredes. El problema son los Antonio Saldaña o Cañete” de turno. Representantes que, en su ejercicio público, jalean y dan cobijo a propuestas así por encima de otras mucho más dignas y edificantes. Personas que confunden su ideología con el bien común. Personas que construyen esa pedagogía del éxito (salir en medios es éxito, tener seguidores es éxito, el trabajo bien hecho es secundario). Personas que, de un modo indirecto, dan prestigio a un caso así hasta que se encuentran en disposición de hacerse con el dinero público.

No es de extrañar que Ojeda y Saldaña compartan gran parte de las argumentaciones que graba el primero. Y es que el clientelismo reinante entre los que ostentan el poder y los medios afines ha sido históricamente una forma de perpetuarse en el poder, pues es la forma más eficaz de que una ideología se transfiera, se calque, se copie… se dicte. Un modus operandi propio de los que controlan un entorno público y lo delimitan al espacio restringido de sus amigos, eso que antes tenía mil maneras de nombrarse y ahora solo tiene una, esa palabra que tanto le gusta a Saldaña, casta.

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