Ecología y territorialidad, una percepción andaluza

Mario Ortega

Estoy casado y tengo una hija. Licenciado en Ciencias Químicas y Doctor en Ciencias Ambientales.

Reflejos en Doñana. FOTO: HÉCTOR GARRIDO
Reflejos en Doñana. FOTO: HÉCTOR GARRIDO

La historia de la humanidad es la historia de la huida de la naturaleza le oí o leí una vez al filósofo Victor Gómez Pin. Una afirmación impactante que condensa de repente más de 300.000 mil años de intervención y transformación de la naturaleza a cargo de nuestra especie con sus etapas de avance y retroceso civilizatorio. Otro filósofo, Ortega y Gasset, escribió “la técnica es lo contrario de la adaptación del sujeto al medio, es la adaptación del medio al sujeto.” 

La crisis climática y ambiental planetaria, la crisis ecológica que vivimos cada vez más intensamente, es el producto del choque de la humanidad, en su huida de la naturaleza, con los límites naturales biofísicos que son condición de posibilidad de la supervivencia de nuestra especie. Un modo de producción y consumo, el capitalista, y un modelo energético, el fósil, se han acoplado en los últimos doscientos años, disparando la velocidad de aceleración de la huida del mundo físico hasta contemplar el abismo.

Lo que la confluencia del modelo energético fósil y el modelo económico capitalista han provocado es una crisis de base ecológica, una crisis sistémica no cíclica, la madre de todas las crisis, una crisis metabólica que afecta no solo a la naturaleza sino también a la naturaleza política territorial de las sociedades. 

Las crisis cíclicas del capitalismo mundial durante el siglo veinte fueron crisis de escasez de materias primas, del control geopolítico del petróleo, por el control de los mercados o crisis de superproducción. Crisis propias de un modelo que considera infinitas, sin coste de reposición, las reservas de materias primas e ignora sus afecciones ambientales sin internalizar sus costes.

La última crisis, la que comienza a manifestarse virulentamente en 2008, es producto del intento de finales del siglo XX de saltarse los límites materiales huyendo hacia el capitalismo especulativo para mantener altas tasas de crecimiento. Una nueva forma de huir de la naturaleza ignorándola. La economía financiera especulativa se soporta, desconectada de la economía real con sus flujos de materia y energía, en la introducción del tiempo mediante el crédito y la especulación sobre el valor futuro de las mercancías. Para ello ha necesitado desconectar la política de la territorialidad, extirpando el poder de los estados para decidir qué tipo de políticas económicas o monetarias se aplican en cada momento y atacando a las democracias para laminar la capacidad de respuesta de los pueblos o comunidades políticas. Esta es la esencia del neoliberalismo. Además, desde la aparición de la comunicación vía internet a la velocidad de la luz, se ha producido un nuevo empujón hacia la extraterritorialidad del modelo económico, otra forma de alejamiento del mundo físico que cambia la gramática de comprensión del mundo.

La última huida de la naturaleza física de las relaciones económicas y de producción del capitalismo mundial y la consiguiente crisis en la que nos sumió cuando los valores financieros cayeron al perder pie en el territorio de la economía real, ha generado reactivamente un sustrato sociológico receptivo a las reclamaciones territoriales. Ese sustrato sociológico es un suelo fértil para el nacimiento de movimientos ciudadanos contrapuestos. La sensación de pérdida de capacidad de decisión y el miedo al futuro puede alimentar de un lado la solución totalitaria, neofascista, como estamos viendo en muchos lugares, incluida España y Andalucía, o por contra la solución democrática como la que debería aspirar a representar con claridad el actual gobierno de coalición.

Municipios, comarcas, provincias, regiones, autonomías, nacionalidades o naciones, cualquiera que sean las formas institucionales en que se substancie esa inmensa diversidad de comunidades políticas o culturales en las que vivimos han de participar del poder de decidir sobre lo que afecta a sus territorios y su ciudadanía. Plantear un horizonte federal cooperativo frente al horizonte de acumulación de poder en el centro de los estados (sean nación o no) que defienden las ultraderechas españolas y el neofascismo es clave para nuestra democracia.

Es así como, me apuntaba otra filósofa, Lilian Bermejo, la construcción de federalismo de abajo arriba, entendido de una manera amplia, no es más que la concreción del principio político marco de la ecología: “piensa global, actúa (y decide añadiría yo) local,” un principio en el que cabe a la perfección el sentido político del himno de Andalucía con la sentencia “sea por Andalucía libre, los pueblos (España si se prefiere) y la humanidad.” Si algo supuso la irrupción de Andalucía en la conformación de la constitución territorial española del 78 es ese pensar global y actuar local, ese derecho a decir reclamado en las calles el 4 de diciembre de 1977. 

La batalla por el retorno a la territorialidad, inevitable, o la gana el mundo reaccionario, el centralismo, la concepción etnicista de los estado nación que busca el dominio antidemocrático del poder como solución totalitaria a la crisis en la que unos pocos ganen y la mayoría pierda, o la gana la democracia como instrumento de justicia, igualdad y garantía de futuro digno para la mayoría. Es evidente que por el peso cultural, territorial y poblacional de la voz de Andalucía dependerá muy mucho el modo en que se resuelva el futuro de España. La batalla será entre el pack del “a por ellos”, que incluye la destrucción sistemática de los derechos de todas y todos, o un necesario pack del “con nosotras”, por utilizar el género que está combatiendo al primero con más determinación, al que necesariamente para que tenga éxito habrá de sumarse la matria andaluza.

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