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Afirmar a estas alturas de la semana que el resultado electoral del 26J ha situado a Podemos y sus confluencias, incluida Izquierda Unida, en el ojo del huracán del debate interno más cainita es una obviedad que hace inútil cualquier intento de minimizar la gravedad de la decisión soberana de la ciudadanía española para quienes daban por hecho el sorpasso y ya, a priori, se investían de la condición mesiánica de nuevos libertadores del pueblo español.

Pero con todo, y muy a pesar del profundo conocimiento que en tan poco tiempo tenemos ya de Podemos y sus confluencias, resulta difícil dejar de sorprenderse con las manifestaciones y análisis de sus principales líderes, a excepción del “gorrión supremo de los siete reinos de las confluencias”, a quien parece que la sonrisa de un país durante tantas noches de humedad y relente le ha producido una oportuna afonía política.

Mientras tanto Errejón ha empezado a cobrarse la factura de la destitución de Pascual como secretario de organización por la vía del “aquí mando yo” que Iglesias puso en marcha en cuanto se sintió mínimamente cuestionado por sus palabras y sus actos tras las elecciones del 20D y empezaba ya a soñar con la confluencia con el “anguitismo” reencarnado en el joven Alberto Garzón, ese matrimonio de conveniencia que no ha resistido ni la primera prueba del algodón de la convivencia en pareja.

Y ha sido por esa herida por donde Errejón ha hundido sus manos sedientas de vendetta orgánica intentando escapar de quienes le señalan a él mismo, máximo responsable de la campaña, como el gran culpable del desastroso resultado electoral que ha instalado a Podemos y sus aliados desde el 26J en una permanente mirada hacia atrás que, como decía un amigo, es un ejercicio que sólo produce dolor de cuello y, sin ser conscientes de que los esfuerzos inútiles sólo conducen a la melancolía que es el rasgo dominante en la mirada de Iglesias y en la sonrisa de “su país”, desde que la cruda realidad de los datos del escrutinio oficial les bajó de la nube de las encuestas alejándoles de golpe, casí batacazo, de los cielos que pretendían asaltar tras el frustrado sorpasso a la vieja socialdemocracia que, por cierto, ha demostrado mayor vitalidad que la nueva, quizás por aquello de que “más sabe el diablo por viejo que por diablo”.

Y en ese ejercicio de mirar hacia atrás con ira están teniendo un especial protagonismo Carolina Bescansa, la musa demoscópica de Podemos, y Pablo Echenique, a quien le ha tocado jugar el papel de “jardinero fiel” del Gorrión Supremo si nos atenemos a su ya célebre mensaje en Telegram en el que se mueve, desde el alma dual de su partido, entre el amor como remedio de todos los males internos y el “tratamiento herbicida” como solución final de la amenaza disidente. Bescansa ha encargado un estudio poselectoral para saber porqué fallaron las encuestas cuya conclusión final no está muy lejos de ese otro refrán que afirma que “lo que está a la luz no necesita candil”, y Echenique, sobre este mismo tema, va a realizar una auditoría asamblearia entre los círculos pero, eso sí, con un documento-guía porque no es cuestión de irse por los cerros de Úbeda y vayamos a meter la piqueta al liderazgo de Iglesias.

Llegados a este punto sería recomendable que Podemos y sus sonrientes líderes hicieran caso de la frase de Joyce que menciona hoy Juan Cruz en su artículo de El País en relación con el insulto en las redes sociales: “Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de conversación…”.

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