Personas caminando por una calle.
Personas caminando por una calle. MANU GARCÍA

No te fíes de quien te habla al otro lado del hilo telefónico. No te fíes del vecino que acaba de llegar al bloque y calla durante las reuniones de la comunidad. No te fíes de la cuidadora de los mayores de la casa. No te fíes de los presentadores de las noticias. No te fíes del profesorado de tus hijos. No te fíes de la clase política. No te fíes de la compañera que trabaja frente a ti. No te fíes de los programas sanitarios para prevenir enfermedades. No te fíes del cajero del supermercado. No te fíes de los pobres. No te fíes de los migrantes. No te fíes. Todo es un engaño. Cada uno va a su interés. Haz tú lo mismo…

Vamos a respirar hondo y a pensar en la sociedad que estamos creando entre todos, porque es lo único en lo que parece que somos capaces de ponernos de acuerdo: en el individualismo; en la comodidad de no sentirse concernidos por nada de lo que le ocurra a otros seres humanos, porque solo lo propio importa. Y, sin embargo, vivimos en aparente comunidad; compartimos intereses y, lo que es mejor, sueños, ilusiones y la aspiración de que nuestra vida mejore. ¿Solo la nuestra? ¿Sería suficiente con eso? Para cada quien, tal vez; para la sociedad es nefasto, porque se basa en la existencia de unos objetivos compartidos: el bien común, el interés general. Frases hechas que no parecen decir nada, que aluden a algo etéreo que no nos importa.

La filósofa Victoria Camps acaba de publicar La sociedad de la desconfianza, obra en la que reflexiona sobre la dificultad de ponernos de acuerdo en qué sería el bien común. Hemos perdido el espíritu de comunidad y vamos por la vida tachando imaginariamente todo lo que nos genera desconfianza, eliminando de la partida virtual en la que se ha convertido la existencia, todo lo que nos estorba para llegar a ninguna parte, lo que nos compromete. No pensar y no sentir han resultado las mejores herramientas para un mundo despiadado e incomprensible.

A pesar de todo, ocurre con frecuencia que cruzamos la vista con alguien y adivinamos que está dispuesto a saltarse las reglas, alguien que nos cede el paso en una calle estrecha, que nos pregunta si merece la pena comprar ciruelas a estas alturas del año, que nos introduce en su conversación en la oficina de correos, que nos toma de la mano y nos trae de vuelta al lugar de donde nunca debimos salir, en el que tomamos conciencia de nuestra humanidad y nos sentimos cómodos en ella.

Fíate de esas miradas.

Lo más leído