La labor cultural que Ateneo Siglo XXI está llevando a cabo en los barrios me está haciendo descubrir el sentimiento de barrio que llevo en mi interior, tan indisoluble que casi ha pasado desapercibido.
Desde que pusimos por primera vez un pie en nuestra calle, el barrio nos reconoció como una parte de sí mismo. En él jugamos, forjamos amistades y amores que luego el tiempo se fue llevando; aprendimos a navegar por la vida, nos hicimos mayores y nos marchamos. Pero el sentimiento de pertenencia al barrio, nuestras señas de identidad, siempre fueron las mismas. Nuestra personalidad se configuró con las coordenadas de La Plata, Santiago, La Albarizuela… El barrio era la esfera de socialización situada después de nuestra familia; éramos de la hermandad, del colegio, del equipo de fútbol, porque eran del barrio del que presumíamos.
Hoy los barrios luchan por subsistir y a un comercio “de toda la vida”, le sucede un cierre y el bar al que nos llevaban los domingos a desayunar ya no existe, como no existen el kiosco ni la papelería. El decorado de nuestras vidas se va cayendo sin que nadie lo remedie. El barrio envejece como lo hacen nuestros mayores, que ya no pueden dar sus últimos pasos por temor a caerse entre baldosas rotas y raíces de árboles. También muchos barrios reflejan la decrepitud de nuestras vidas: nosotros, vencidos por los años, y ellos por la desidia y el abandono.
Las asociaciones vecinales –ese movimiento que cobró tanta fuerza en los años ochenta y noventa– ya no tienen relevo, no parece haber nadie dispuesto a ocuparse de lo común, como si no nos tocara un pedacito de aquello que es de todos. De aquella conciencia cívica apenas si quedan un grupo de guardianes de pelo cano y andares pausados, gente que creyó en la importancia de su barrio como parte de algo mayor, a lo que no le daban nombre, ocupados como estaban en compartir problemas, preocupaciones y festividades.
La historia, el patrimonio, las costumbres, la artesanía de cada uno de ellos son parte de la historia, el patrimonio, las costumbres, la artesanía de nuestra ciudad. Y, si nos atrevemos a soñar con la Capitalidad Cultural Europea, es por ese legado que se forjó, se custodió y se transmitió en los barrios y, de estos, irradió a toda la ciudad.
La muerte de un barrio no solo es la de una parte de cada uno, sino la de una herencia cultural que ha hecho de Jerez la ciudad que hoy es.
