"El término 'separatismo' ha vuelto a sonar durante esa escalada de intolerancias que nos ha conducido a la aplicación de un precepto impropio en una Constitución democrática".
Pierre Vilar, hispanista francés autor de un excelente manual de Historia de España editado por la colección Que Sais-Je?- Presses Universitaires de France, prohibido durante el franquismo, habla acerca de los problemas que se generan en uno de los Estados más extensos de Europa, no sólo a causa de su inevitable diversidad, sino también por la incomunicación secular entre los diversos países que lo componen por razones geográficas. De una parte, las altas cordilleras que seccionan el territorio; por otra. la inexistencia de una red fluvial que como en el caso de Francia pueda establecer cauces de comunicación.
Más grave parece a ojos de otros muchos historiadores la intolerancia que se va instalando desde la monarquía instaurada por los Reyes Católicos, la cual dio fin a la España multicultural de la Edad Media, al hilo de la Contra Reforma Católica y del poder uniformador asumido represivamente por la Santa Inquisición. De todas formas ese régimen se apoyó en el respeto a los Fueros de los países católicos, en especial los de Euskadi y Catalunya, hasta la llegada de los Borbones. Sin embargo, ya en 1640 se proclama la República Catalana que lidera el clérigo Pau Claris contra la política del Conde-Duque de Olivares. Richelieu acabó invadiendo el joven Estado con tal dureza que los catalanes vivieron con alivio su regreso a la casa de Austria, siempre más flexible que la borbónica, la cual acabó en 1717 con la autonomía de sus instituciones de gobierno.
La recuperación del autogobierno en Catalunya y en Euskadi, dañado por el centralismo borbónico y más aún por el absolutismo de Fernando VII, ha estado en la raíz de las numerosas guerras civiles que jalonaron nuestro penoso siglo XIX, desde La Francesada de 1808-1814, hasta las tres Guerras Carlistas. Y desde luego en la peor de toda esa sucesión de contiendas, la que sucede al pronunciamiento militar de julio de 1936 contra el gobierno de la República Española, convertida por los sublevados en "cruzada contra el comunismo y el separatismo".
El término separatismo ha vuelto a sonar durante esa escalada de intolerancias que nos ha conducido a la aplicación de un precepto impropio en una Constitución democrática, el desafortunado 155 mediante el cual el gobierno del Estado puede suprimir la autonomía que los catalanes conquistaron tras años de lucha contra la dictadura del general Franco. Reviso esto último que he escrito esperando que no lo lean, ni mi barman, ni mi taxista, ni mi farmacéutico. Porque todo este desafortunado proceso ha revivido la fiera nacionalista que muchos ciudadanos llevan, junto a elevadas dosis de esa intolerancia secular inoculada desde que un judío converso llamado Torquemada mandó a las hogueras a muchos de sus antiguos hermanos de fe en aras de la uniformidad forzosa.
En medio de tanta tensión, parece que hubo un acuerdo entre Puigdemont y Rajoy, según el cual, éste paralizaba la aplicación del artículo 155 a cambio de una convocatoria inmediata de elecciones por parte del gobierno catalán. Pero las bases del PP y de Ciudadanos entendieron este pacto como una claudicación, pues suponía renunciar a intervenir la autonomía catalana, aspiración permanente de la derecha española. La paz entre ambos nacionalismos no ha sido posible de momento, sin embargo la convocatoria de elecciones en el breve plazo de 54 días no da tiempo a tomar de hecho el control de todo el aparato estatal en la Comunidad Catalana. Hay quien comenta que la jugada consiste en poner en marcha lo ya acordado por Rajoy y Puigdemont sin que sus respectivas bases se alteren demasiado. Y si es así, mejor para todos, basta ya de guerras civiles.
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