Como cuando pongo un examen a mis alumnos me da la impresión de que quiero escaquearme de la filosofía, aproveché la circunstancia para hacerlo yo al mismo tiempo. Se trataba de una disertación, de adiestrarse para futuras y fúnebres pruebas. Solicité de ellos que desarrollaran en cuatrocientas palabras (Les cuatre cents coups, que diría François Truffaut) el asunto de si puede haber guerras justas. Mientras ellos hacían las suyas, yo hacía la mía. Esto es lo que me salió, mutado en bachiller.
«Antes de responder, me permitiré recordar que Sócrates participó en tres batallas como hoplita (Delio, Anfípolis y Potidea), es decir, como soldado de infantería, lo que casa muy bien con el hecho de que su condición no fuera la de algún adinerado. Pues bien, según cuentas las fuentes antiguas, mostró en ellas un valor asombroso, ayudando incluso a algunos compañeros que se rezagaban. El otro recuerdo que me permito evocar es el de Descartes. En efecto, en su Discurso del Método..., publicado en 1637, cuenta cómo participó en guerras que asolaron Europa, refiriéndose con ello a la Guerra de los Treinta Años.
«Aunque se podrían poner otros ejemplos de filósofos que participaron en guerras y batallas (Nietzsche, por ejemplo, en la Guerra Franco-prusiana, o Wittgenstein, en la Primera Guerra Mundial), parece que lo que pide la filosofía no son exactamente vivencias sino conceptos o, al menos, análisis de conceptos. Así las cosas, la pregunta que se nos plantea tiene que ver con la justicia y con la guerra, tiene que ver asimismo con la posibilidad de una guerra justa, es decir, ¿cabe pensar la guerra como algo que puede justificarse? Resultará que, si se consigue, entonces será posible defender que tal justificación involucrará alguna suerte de justicia. En este sentido no estaría de más recordar que Leibniz en el siglo XVIII, escribió sus Ensayos de Teodicea..., donde pretendía (¡nada menos!) que justificar el mal del mundo, no cometiéndose violencia conceptual grave si incluimos ahora por nuestra cuenta la guerra entre esos males.
«Desde luego, la guerra es horrible: muertes, mutilaciones. Nadie puede negar esos efectos nefastos. El problema por tanto no puede solucionarse apelando a la trivialidad de esas pérdidas, pues que no son triviales e insignificantes. Al revés, son costosas y valiosísimas. Dicho esto, entonces, ¿cómo puede ser que aun así se decida por hacer la guerra cuando de antemano se da por sabido la destrucción que va a causarse? La única respuesta que se me ocurre se me abre en dos: o bien se trata de una guerra estúpida, es decir, que va a causar más males que intenta evitar, o bien se trata de una guerra conveniente (cuando ocurra todo lo contrario).
«Me pregunto si Sócrates o Descartes o Nietzsche o Wittgenstein llegaron a pensar en cosas parecidas cuando les tocó enfrentarse al enemigo.»
Al día siguiente, comenté con mis alumnos mi ejercicio. Lo criticamos. Algo descompensado. Para empezar, demasiada introducción y poco desarrollo. Poca o nula empatía por las víctimas. Ninguna referencia a la actualidad, etcétera. Empero, me pusieron un honorable ocho (no había llegado a las cuatrocientas palabras). Estoy seguro de que un funcionario corrector no sería tan benévolo. Que al menos lo sea con ellos. Que comprendan que les ha tocado un tipo como yo para darles clase.


