Dime por qué

Foto Francisco Romero copia

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

Una mujer pasea mirando su móvil. El daño de la inmediatez.
Una mujer pasea mirando su móvil. El daño de la inmediatez.

¿Por qué cuando de repente nos cuelgan el teléfono nos quedamos mirándolo fijamente como si el aparato tuviera la culpa? Hay veces —es probable que demasiadas— en que nos encontramos actuando de una forma un tanto idiota y no hallamos la razón. Simplemente, lo hacemos. El sentimiento es similar a una pérdida involuntaria del control. Quizás se trate de una manifestación del inconsciente, de una plasmación de soterradas pulsiones internas, o más bien, de una prueba palpable de aquello que Einstein nos profetizó: “Hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana”.

¿Por qué cuando nuestro compañero de piso llega a casa sentimos la necesidad de preguntarle si ya ha llegado, como si la evidencia de verlo entrar no fuera suficiente? No lo sabemos. En las primeras décadas del siglo XX, André Breton y los surrealistas hablaban de la escritura automática como una forma de hacer aflorar el subconsciente. La peculiar modalidad literaria consiste en situar el lápiz sobre el papel y escribir dejando fluir los pensamientos sin ninguna constricción o directriz manifiesta. De este modo, lo escrito no proviene de los pensamientos conscientes del autor, sino que es el inconsciente el que crea libremente sin censuras. Sin saber por qué.

¿Por qué cuando nos llaman al móvil sentimos la necesidad irrefrenable de ponernos a caminar sin parar de un lado a otro? Qui le sait? En realidad, no hay nada que lo sustente pero todos podremos sentirnos reflejados en este tipo de comportamientos aparentemente inexplicables. Ya fuera de una forma mítica, racional o espiritual, las personas han buscado razones para los más variados fenómenos desde el despertar de la historia. El ser humano se distingue, de hecho, por ser el único capaz de pensarse a sí mismo y encajar su existencia en un proyecto de vida. Pero a pesar de la evolución, el desarrollo tecnológico y el paso de los siglos, aún no hemos conseguido resolver las trascendentales preguntas de este corte. Ni otras tantas.

¿Por qué cuando esperamos una llamada miramos compulsivamente el móvil como si eso fuera a hacerlo sonar? Ni idea. Posiblemente sin planteárselo, el escritor Pierre C. de Laclos abordó la cuestión en 1782. Ese año se publicó su famosa novela epistolar Las amistades peligrosas (Les Liaisons dangereuses), en la que narra el duelo perverso y seductor de dos miembros de la nobleza gala a finales del siglo XVIII. La obra ha sido llevada al cine en numerosas ocasiones: la primera en 1959 por Roger Vadim, y la más famosa en 1988 bajo el mismo título y protagonizada por Glenn Close, John Malkovich y Michelle Pfeiffer. Entre las intrigas de la corte, el vizconde de Valmont (Malkovich) logra hacer que una puritana y honorable dama caiga en sus redes amatorias para luego abandonarla del modo más cruel.

La única justificación que el casanova ofrece a su desconsolada víctima es una frase que ha quedado para el recuerdo del celuloide: “I´m sorry, it’s beyond my control” (“Lo siento, no puedo evitarlo”). Esta historia ejemplifica cómo mucho más allá del dolor por una afrenta, el peso de la incertidumbre, el no poder identificar la causa de aquello que nos hace sufrir, acarrea una rabia mucho mayor. La indefensión que brota incólume de la ignorancia. Pero eso no parece detenernos cuando somos los actuantes y no los actuados. ¿Por qué será que nos interesa tanto el por qué? ¿Será porque, como dijo el filósofo, todo lo que se mueve es movido por algo? Desde pequeñitos empezamos a hacernos preguntas sin parar y a taladrar a nuestros padres con el dichoso ¿y por qué?, ¿y por qué…? Entonces, nos interesa la razón de todo, el algo que mueve lo movido, pero luego empezamos a hacer sin más. El asumir sin crítica forma parte del crecer. Es curiosa la relación entre las sacrosantas convenciones sociales y el actuar sin motivo, probablemente las dos cosas más estúpidas de un universo infinito. 

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